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    SEIS PROPOSICIONES EXPLICATORIAS 
DEL SISTEMA COGNITIVO SHAMÁNICO PARA EL HOMBRE DE NUESTRO TIEMPO






   ACLARACIONES PRECIAS:

 Don Juan Matus es el nombre de un Shamán Tolteca, un indio Yaqui, un Nagual poseedor de un conocimiento heredado por su linaje de veintisiete generaciones de videntes u hombres de conocimiento que manejaban las formulaciones energéticas necesarias para realizar los viajes más extraordinarios de la percepción; naturalmente, en congruencia con el paso del tiempo y la soberbia conciencia acrecentada a la que se sometían en cada generación venidera, fueron perfeccionando un sistema cognitivo que los ponía en la posición exacta para proyectar su conocimiento a fronteras más conscientes. Aquí, Don Juan, antes de partir de este mundo, y ya poseyendo un excelentísimo conocimiento acerca de las prioridades y urgencias ulteriores a la visión shamánica, delineó una estructura cognitiva o mapa energético para que los brujos venideros se formaran arquetípicamente: hombres de conocimientos poseedores de una conciencia sobria que se filtraba entre la visión del brujo y la visión del hombre corriente: para poder atisbar el don de la libertad. Carlos Castaneda fue el sucesor de aquel singular Nagual y encarnando él mismo cada aspecto de la cognición shamánica, presentó al mundo moderno las directrices necesarias para reenrumbar la visión shamánica.

 
SEIS PROPOSICIONES EXPLICATORIAS (REDACCIÓN PROPIA DE CARLOS CASTANEDA)

  A pesar de las asombrosas maniobras que don Juan efectuó con mi conciencia, a lo largo de los años yo persistí, obstinado, en tratar de evaluar intelectualmente lo que él hacía. Aunque he escrito mucho acerca de estas maniobras, siempre ha sido desde el punto de vista experiencial y, además, desde una posición estrictamente racional. Inmerso como estaba en mi propia racionalidad, no pude reconocer las metas de las enseñanzas de don Juan. Para comprender el alcance de estas metas con algún grado de exactitud, era necesario que perdiera mi forma humana y que llegara a la totalidad de mí mismo.
  Las enseñanzas de don Juan tenían como fin guiarme a través de la segunda fase del desarrollo de un guerrero: la verificación y aceptación irrestricta de que en nosotros hay otro tipo de conciencia. Esta fase se dividía en dos categorías. La primera, para la que don Juan requirió la ayuda de don Genaro, trataba con las actividades. Consistía en mostrarme ciertos procedimientos, acciones y métodos que estaban diseñados a ejercitar mi conciencia. La segunda tenía que ver con la presentación de las seis proposiciones explicatorias.

   A causa de las dificultades que tuve en adaptar mi racionalidad a fin de aceptar la plausibilidad de lo que me enseñaba, don Juan presentó estas proposiciones explicatorias en términos de mis antecedentes escolásticos.
  Lo primero que hizo, como introducción, fue crear una escisión en mí mediante un golpe específico en el omóplato derecho, un golpe que me hacía entrar en un estado desusual de conciencia, el cual yo no podía recordar una vez que había vuelto a la normalidad.
  Hasta el momento en que don Juan me hizo entrar en tal estado de conciencia tenía un innegable sentido de continuidad, que creí producto de mi experiencia vital. La idea que tenía de mí mismo era la de ser una entidad completa que podía rendir cuentas de todo lo que había hecho. Además, me hallaba convencido de que el aposento de toda mi conciencia, si es que lo había, se hallaba en mi cabeza. Sin embargo, don Juan me demostró con su golpe que existe un centro en la espina dorsal, a la altura de los omóplatos, que obviamente es un sitio de conciencia acrecentada.

    Cuando interrogué a don Juan sobre la naturaleza de ese golpe, me explicó que el nagual es un dirigente, un guía que tiene la responsabilidad de abrir el camino, y que debe ser impecable para empapar a sus guerreros con un sentido de confianza y claridad. Sólo bajo esas condiciones un nagual se halla en posibilidad de proporcionar un golpe en la espalda a fin de forzar un desplazamiento de conciencia, pues el poder del nagual es lo que permite llevar a cabo la transición. Si el nagual no es un practicante impecable, el desplazamiento no ocurre, como fue el caso cuando yo traté, sin éxito, de colocar a los demás aprendices en un estado de conciencia acrecentada aporreándolos en la espalda antes de aventuramos en el puente.
  Pregunté a don Juan qué conllevaba ese desplazamiento de conciencia. Me dijo que el nagual tiene que dar el golpe en un sitio preciso, que varía de persona a persona pero que siempre se halla en el área general de los omóplatos. Un nagual tiene que ver para especificar el sitio, que se localiza en la periferia de la luminosidad de uno y no en el cuerpo físico en sí; una vez que el nagual lo identifica, lo empuja, más que golpearlo, y así crea una concavidad, una depresión en el cascarón luminoso. El estado de conciencia acrecentada que resulta de ese golpe dura lo que dura la depresión. Algunos cascarones luminosos vuelven a sus formas originales por sí mismos, algunos tienen que ser golpeados en otro punto a fin de ser restaurados, y otros más ya nunca recuperan sus formas ovales.

    Don Juan decía que los videntes ven la conciencia como una brillantez peculiar. La conciencia de la vida cotidiana es un destello en el lado derecho, que se extiende del exterior del cuerpo físico hasta la periferia de nuestra luminosidad.La conciencia acrecentada es un brillo más intenso que se asocia con gran velocidad y concentración, un fulgor que satura la periferia del lado izquierdo.
  Don Juan decía, que los videntes explican lo que ocurre con el golpe del nagual, como un desalojamiento temporal de un centro colocado en el capullo luminoso del cuerpo. Las emanaciones del Águila en realidad se evalúan y se seleccionan en ese centro. El golpe altera su funcionamiento normal.
A través de sus observaciones, los videntes han llegado a la conclusión de que los guerreros tienen que ser puestos en ese estado de desorientación. El cambio en la manera como funcione la conciencia bajo esas condiciones hace que ese estado sea un territorio ideal para dilucidar los mandatos del Águila: permite que los guerreros funcionen como si estuvieran en la conciencia de todos los días, con la diferencia de que pueden concentrarse en todo lo que hacen con una claridad y con una fuerza sin precedentes.

    Don Juan decía que mi situación era análoga a la que él había experimentado. Su benefactor creó una profunda escisión en él, haciéndolo desplazarse una y otra vez de la conciencia del lado derecho a la del lado izquierdo. La claridad y la libertad de su conciencia del lado izquierdo se hallaban en oposición directa a las racionalizaciones e interminables defensas de su lado derecho. Me dijo que todos los guerreros son echados a las profundidades de la misma situación que esa polaridad modela, y que el nagual crea y refuerza la escisión a fin de conducir a sus aprendices a la convicción de que hay una conciencia en los seres humanos que no se ha explorado.



1. Lo que percibimos como mundo son las emanaciones del Águila.

   Don Juan me explicó que el mundo que percibimos no tiene existencia trascendental. Como estamos familiarizados con él creemos que lo que percibimos es un mundo de objetos que existen tal como los percibimos, cuando en realidad no hay un mundo de objetos, sino, más bien, un universo de emanaciones del Águila.
Esas emanaciones representan la única realidad inmutable. Es una realidad que abarca todo lo que existe, lo perceptible y lo imperceptible, lo conocible y lo inconocible.
Los videntes que ven las emanaciones del Águila las llaman mandatos a causa de su fuerza apremiante. Todas las criaturas vivientes son apremiadas a usar las emanaciones, y las usan sin llegar a saber lo que son. El hombre común y corriente las interpreta como la realidad. Y los videntes que ven las emanaciones las interpretan como la regla.
   A pesar de que los videntes ven las emanaciones, no tienen manera de saber qué es lo que están viendo. En vez de enderezarse con conjeturas superfluas, los videntes se ocupan en la especulación funcional de cómo se pueden interpretar los mandatos del Águila. Don Juan sostenía que intuir una realidad que trasciende el mundo que percibimos se queda en el nivel de las conjeturas; no le basta a un guerrero conjeturar que los mandatos del Águila son percibidos instantáneamente por todas las criaturas que viven en la tierra, y que ninguna de ellas los perciben de la misma manera. Los guerreros deben tratar de presenciar el flujo de emanaciones y "ver" la manera como el hombre y otros seres vivientes lo usan para construir su mundo perceptible.
   Cuando propuse utilizar la palabra "descripción" en vez de emanaciones del Águila, don Juan me aclaró que no estaba haciendo una metáfora. Dijo que la palabra descripción connota un acuerdo humano, y que lo que percibimos emerge de un mandato en el que no cuentan los acuerdos humanos.

2. La atención es lo que nos hace percibir las emanaciones del Águila como el acto de "desnatar"

 Don Juan decía que la percepción es una facultad física que cultivan las criaturas vivientes; el resultado final de este cultivo en los seres humanos es conocido, entre los videntes, como "atención". Don Juan describió la atención como el acto de enganchar y canalizar la percepción. Dijo que ese acto es nuestra hazaña más singular, que cubre toda la gama de alternativas y posibilidades humanas. Don Juan estableció una distinción precisa entre alternativas y posibilidades. Alternativas humanas son las que estamos capacitados para escoger como personas que funcionan dentro del medio social. Nuestro panorama de este dominio es muy limitado. Posibilidades humanas resultan ser aquellas que estamos capacitados para lograr como seres luminosos.

   Don Juan me reveló un esquema clasificatorio de tres tipos de atención, enfatizando que llamarlos "tipos" era erróneo. De hecho, se trata de tres niveles de conocimiento: la primera, la segunda y la tercera atención; cada una de ellas es un dominio independiente, completo en sí.
Para un guerrero que se halla en las fases iniciales de su aprendizaje, la primera atención es la más importante de las tres. Don Juan decía que sus proposiciones explicatorias eran intentos de traer al primer plano el modo como funciona la primera atención, algo que es totalmente desapercibido por nosotros. Consideraba imperativo que los guerreros comprendieran la naturaleza de la primera atención si es que iban a aventurarse en las otras dos.
Me explicó que a la primera atención se le ha enseñado a moverse instantáneamente a través de todo un espectro de las emanaciones del Águila, sin poner el menor énfasis evidente en ello, a fin de alcanzar "unidades perceptuales" que todos nosotros hemos aprendido que son perceptibles. Los videntes llaman "desnatar" a esta hazaña de la primera atención, porque implica la capacidad de suprimir las emanaciones superfluas y seleccionar cuáles de ellas se deben enfatizar.
Don Juan explicó este proceso tomando como ejemplo la montaña que veíamos en ese momento. Sostuvo que mi primera atención, al momento de ver la montaña, había desnatado una infinita cantidad de emanaciones para obtener un milagro de percepción; un desnate que todos los seres humanos conocen porque cada uno de ellos lo ha logrado alcanzar por sí mismo.

    Los videntes dicen que todo aquello que la primera atención suprime para obtener un desnate, ya no puede ser recuperado por la primera atención bajo ninguna condición. Una vez que aprendemos a percibir en términos de desnates, nuestros sentidos ya no registran las emanaciones superfluas. Para dilucidar este punto me dio el ejemplo del desnate "cuerpo humano". Dijo que nuestra primera atención está totalmente inconsciente de las emanaciones que componen el luminoso cascarón externo del cuerpo físico. Nuestro capullo oval no está sujeto a la percepción; se han rechazado las emanaciones que lo harían perceptible en favor de las que permiten a la primera atención percibir el cuerpo físico tal como lo conocemos.
   Por tanto, la meta perceptual que tienen que lograr los niños mientras maduran, consiste en aprender a aislar las emanaciones apropiadas con el fin de canalizar su percepción caótica y transformarla en la primera atención; al hacerlo, aprenden a construir desnates. Todos los seres humanos maduros que rodean a los niños les enseñan a desnatar. Tarde o temprano los niños aprenden a controlar su primera atención a fin de percibir los desnates en términos semejantes a los de sus maestros.

   Don Juan nunca dejó de maravillarse con la capacidad de los seres humanos de  impartir orden al caos de la percepción. Sostenía que cada uno de nosotros, por sus propios méritos, es un mago magistral y que nuestra magia consiste en imbuir de realidad los desnates que nuestra primera atención ha aprendido a construir. El hecho de que percibimos en términos de desnates es el mandato del Águila, pero percibir los mandatos como objetos es nuestro poder, nuestro don mágico. Nuestra falacia, por otra parte, es que siempre acabamos siendo unilaterales al olvidar que los desnates sólo son reales en el sentido de que los percibimos como reales, debido al poder que tenemos para hacerlo. Don Juan llamaba a esto un error de juicio que destruye la riqueza de nuestros misteriosos orígenes.

3. A los desnates les da sentido el primer anillo de poder.

 Don Juan decía que el primer anillo de poder es la fuerza que sale de las emanaciones del Águila para afectar exclusivamente a nuestra primera atención. Explicó que se le ha re-presentado como un "anillo" a causa de su dinamismo, de su movimiento ininterrumpido. Se le ha llamado anillo "de poder" debido, primero, a su carácter compulsivo, y, segundo, a causa de su capacidad única de detener sus obras, de cambiarlas o de revertir su dirección.
El carácter compulsivo se muestra mejor en el hecho de que no sólo apremia a la primera atención a construir y perpetuar desnates, sino que exige un consenso de todos los participantes. A todos nosotros se nos exige un completo acuerdo sobre la fiel reproducción de desnates, pues la conformidad al primer anillo de poder tiene que ser total.
Precisamente esa conformidad es la que nos da la certeza de que los desnates son objetos que existen como tales, independientemente de nuestra percepción. Además, lo compulsivo del primer anillo de poder no cesa después del acuerdo inicial, sino que exige que continuamente renovemos el acuerdo. Toda la vida tenemos que operar como si, por ejemplo, cada uno de nuestros desnates fueran perceptualmente los primeros para cada ser humano, a pesar de lenguajes y de culturas, Don Juan concedía que aunque todo eso es demasiado serio para tomarlo en broma, el carácter apremiante del primer anillo de poder es tan intenso que nos fuerza a creer que si la "montaña" pudiera tener una conciencia propia, ésta se consideraría como el desnate que hemos aprendido a construir.

   La característica más valiosa que el primer anillo de poder tiene para los guerreros es la singular capacidad de interrumpir su flujo de energía, o de suspenderlo del todo. Don Juan decía que ésta es una capacidad latente que existe en todos nosotros como unidad de apoyo. En nuestro estrecho mundo de desnates no hay necesidad de usarla. Puesto que estamos tan eficientemente amortiguados y escudados por la red de la primera atención, no nos damos cuenta, ni siquiera vagamente, de que tenemos recursos escondidos. Sin embargo, si se nos presentara otra alternativa para elegir, como es la opción del guerrero de utilizar la segunda atención, la capacidad latente del primer anillo de poder podría empezar a funcionar y podría usarse con resultados espectaculares.
   Don Juan subraya que la mayor hazaña de los brujos es el proceso de activar esa capacidad latente; él lo llamaba bloquear el intento del primer anillo de poder. Me explicó que las emanaciones del Águila, que ya han sido aisladas por la primera atención para construir el mundo de todos los días, ejerce una presión inquebrantable en la primera atención. Para que esta presión detenga su actividad, el intento tiene que ser desalojado. Los videntes llaman a esto una obstrucción o una interrupción del primer anillo de poder.


4. El intento es la fuerza que mueve al primer anillo de poder.


 Don Juan me explicó que el intento no se refiere a tener una intención, o desear una cosa u otra, sino más bien se trata de una fuerza imponderable que nos hace comportarnos de maneras que pueden describirse como intención, deseo, volición, etcétera. Don Juan no lo presentaba como una condición de ser, proveniente de uno mismo, tal como es un hábito producido por la socialización, o una reacción biológica, sino más bien lo representaba como una fuerza privada, íntima, que poseemos y usamos individualmente como una llave que hace que el primer anillo de poder se mueva de maneras aceptables. El intento es lo que dirige a la primera atención para que ésta se concentre en las emanaciones del Águila dentro de un cierto marco. Y el intento también es lo que ordena al primer anillo de poder a obstruir o interrumpir su flujo de energía.
Don Juan me sugirió que concibiera el intento como una fuerza invisible que existe en el universo, sin recibirse a si misma, pero que aun así afecta a todo: fuerza que crea y que mantiene los desnates.

   Aseveró que los desnates tienen que recrearse incesantemente para estar imbuidos de continuidad. A fin de recrearlos cada vez con el frescor que necesitan para construir un mundo viviente, tenemos que intentarlos cada vez que los construimos. Por ejemplo, tenemos que intentar la "montaña" con todas sus complejidades para que el desnate se materialice completo. Don Juan decía que para un espectador, que se comporta exclusivamente con base en la primera atención sin la intervención del intento, la "montaña" aparecería como un desnate enteramente distinto. Podría aparecer como el desnate "forma geométrica" o "mancha amorfa de coloración". Para que el desnate montaña se complete, el espectador debe intentarlo, ya sea involuntariamente a través de la fuerza apremiante del primer anillo de poder, o premeditadamente, a través del entrenamiento del guerrero.

   Don Juan me señaló las tres maneras como nos llega el intento. La más predominante es conocida por los videntes como "el intento del primer anillo de poder". Este es un intento ciego que nos llega por una casualidad. Es como si estuviéramos en su camino, o como si el intento se pusiera en el nuestro. Inevitablemente nos descubrimos atrapados en sus mallas sin tener ni el menor control de lo que nos está sucediendo.
La segunda manera es cuando el intento nos llega por su propia cuenta. Esto requiere un considerable grado de propósito, un sentido de determinación por parte nuestra. Sólo en nuestra capacidad de guerreros podemos colocarnos voluntariamente en el camino del intento; lo convocamos, por así decirlo. Don Juan me explicó que su insistencia por ser un guerrero impecable no era nada más que un esfuerzo por dejar que el intento supiera que él se está poniendo en su camino.

    Don Juan decía que los guerreros llaman "poder" a este fenómeno. Así es que cuando hablan de tener poder personal, se refieren al intento que les llega voluntariamente. El resultado, me decía, puede describirse como la facilidad de encontrar nuevas soluciones, o la facilidad de afectar a la gente o a los acontecimientos. Es como si otras posibilidades, desconocidas previamente por el guerrero, de súbito se volviesen aparentes. De esta manera, un guerrero impecable nunca planea nada por adelantado, pero sus actos son tan decisivos que parece como si el guerrero hubiera calculado de antemano cada faceta de su actividad.

   La tercera manera como encontramos al intento es la más rara y compleja de las tres; ocurre cuando el intento nos permite armonizar con él. Don Juan describía éste estado como el verdadero momento de poder: la culminación de los esfuerzos de toda una vida en busca de la impecabilidad. Sólo los guerreros supremos lo obtienen, y en tanto se encuentran en ese estado, el intento se deja manejar por ellos a voluntad. Es como si el intento se hubiera fundido en esos guerreros, y al hacerlo los transforma en una fuerza pura, sin preconcepciones. Los videntes llaman a este estado el "intento del segundo anillo de poder", o "voluntad".

5. El primer anillo de poder puede ser detenido mediante un bloqueo funcional de la capacidad de armar desnates.

 Don Juan decía que la función de los no-haceres es crear una obstrucción en el enfoque habitual de nuestra primera atención. Los no-haceres son; en este sentido, maniobras destinadas a preparar la primera atención para el bloqueo funcional del primer anillo de poder o, en otras palabras, para la interrupción del intento.

   Don Juan me explicó que este bloqueo funcional, que es el único método de utilizar sistemáticamente la capacidad latente del primer anillo de poder, representa una interrupción temporal que el benefactor crea en la capacidad de armar desnates del discípulo. Se trata de una premeditada y poderosa intrusión artificial en la primera atención, con el objeto de empujarla más allá de las apariencias que los desnates conocidos nos presentan; esta intrusión se logra interrumpiendo el intento del primer anillo de poder.
   Don Juan decía que para llevar a cabo la interrupción, el benefactor trata al intento como lo que verdaderamente es: un proceso, un flujo, una corriente de energía que eventualmente puede detenerse o reorientarse. Una interrupción de esta naturaleza, sin embargo, implica una conmoción de tal magnitud que puede forzar al primer anillo de poder a detenerse del todo; una situación imposible de concebir bajo nuestras condiciones normales de vida. Nos resulta impensable que podamos desandar los pasos que tomamos al consolidar nuestra percepción, pero es factible que bajo el impacto de esa interrupción podamos colocarnos en una posición perceptual muy similar a la de nuestros comienzos, cuando los mandatos del Águila eran emanaciones que aún no imbuíamos de significado.
   Don Juan decía que cualquier procedimiento que el benefactor pueda cesar para crear esta interrupción, tiene que estar íntimamente ligada con su poder personal, por tanto, un benefactor no emplea ningún proceso para manejar el intento, sino que a través de su poder personal lo mueve y lo pone al alcance del aprendiz.
En mi caso, don Juan logró el bloqueo funcional del primer anillo de poder mediante un proceso complejo, que combinaba tres, métodos: ingestión de plantas alucinogénicas, manipulación del cuerpo y maniobrar el intento mismo.

    En el principio don Juan se apoyó fuertemente en la ingestión de plantas alucinogénicas, al parecer a causa de la persistencia de mi lado racional. El efecto fue tremendo, y sin embargo retardó la interrupción que se buscaba. El hecho de que las plantas fueran alucinogénicas le ofrecía a mi razón la justificación perfecta para congregar todos sus recursos disponibles para continuar ejerciendo el control. Yo estaba convencido de que podía explicar lógicamente cualquier cosa que experimentaba, junto con las inconcebibles hazañas que don Juan y don Genaro solían llevar a cabo para crear las interrupciones, como distorsiones perceptuales causadas por la ingestión de alucinógenos.
Don Juan decía que el efecto más notable de las plantas alucinogénicas era algo que cada vez que las ingería yo interpretaba como la peculiar sensación de que todo en torno a mí exudaba una sorprendente riqueza. Había colores, formas, detalles que nunca antes había presenciado. Don Juan utilizó este incremento de mi habilidad para percibir, y mediante una serie de órdenes y comentarios me forzaba a entrar en un estado de agitación nerviosa. Después manipulaba mi cuerpo y me hacía cambiar de un lado al otro de la conciencia, hasta que había creado visiones fantasmagóricas o escenas completamente reales con criaturas tridimensionales que era imposible que existieran en este mundo.

   Don Juan me explicó que una vez que se rompe la relación directa entre el intento y los desnates que estamos construyendo, ésta ya nunca se puede restituir. A partir de ese momento adquirimos la habilidad de atrapar una corriente de lo que él conocía como "intento fantasma", o el intento de los desnates que no están presentes en el momento o en el lugar de la interrupción, eso es, un intento que queda a nuestra disposición a través de algún aspecto de la memoria.
Don Juan sostenía que con la interrupción del intento del primer anillo de poder nos volvemos receptivos y maleables; un nagual puede entonces introducir el intento del segundo anillo de poder. Don Juan se hallaba convencido de que los niños de cierta edad se hallan en una situación parecida de receptividad; al estar privados de intento, quedan listos para que se les imprima cualquier intento accesible a los maestros que los rodean.

   Después de un periodo de ingestión continua de plantas alucinogénicas, don Juan descontinuó totalmente su uso. Sin embargo, obtuvo nuevas y aún más dramáticas interrupciones en mí manipulando mi cuerpo y haciéndome cambiar de estados de conciencia, combinando todo esto con maniobrar el intento mismo. A través de una combinación de instrucciones mesmerizantes y de comentarios apropiados, don Juan creaba una corriente de intento fantasma, y yo era conducido a experimentar los desnates comunes y corrientes como algo inimaginable. El conceptualizó todo eso como "vislumbrar la inmensidad del Águila".

    Don Juan me guió magistralmente a través de incontables interrupciones de intento hasta que se convenció, como vidente, que mi cuerpo mostraba el efecto del bloqueo funcional del primer anillo de poder. Decía que podía ver una actividad desacostumbrada en mi cascarón luminoso en torno al área de los omóplatos. La describió como un hoyuelo que se había formado exactamente como si la luminosidad fuese una capa muscular contraída por un nervio.
Para mí, el efecto del bloqueo funcional del primer anillo de poder fue que logró borrar la certeza que toda mi vida había tenido de que era "real" lo que reportaban mis sentidos. Calladamente entré en un estado de silencio interior. Don Juan decía que lo que le da a los guerreros esa extrema incertidumbre que su benefactor experimentó a fines de su vida, esa resignación al fracaso que él mismo se hallaba viviendo, es el hecho de que un vislumbre de la inmensidad del Águila nos deja sin esperanzas. La esperanza es resultado de nuestra familiaridad con los desnates y de la idea de que los controlamos. En tales momentos sólo la vida de guerrero nos puede ayudar a perseverar en nuestros esfuerzos por descubrir lo que el Águila nos ha ocultado, pero sin esperanzas de que podamos llegar a comprender alguna vez lo que descubrimos.

6. la segunda atención.

 Don Juan me explicó que el examen de la segunda atención debe de comenzar con darse cuenta de que la fuerza del primer anillo de poder, que nos encajona, es un lindero físico, concreto. Los videntes lo han descrito como una pared de niebla, una barrera que puede ser llevada sistemáticamente a nuestra conciencia por medio del bloqueo del primer anillo de poder; y luego puede ser perforada por medio del entrenamiento del guerrero.
Al perforar la pared de niebla, uno entra en un vasto estado intermedio. La tarea de los guerreros consiste en atravesarlo hasta llegar a la siguiente línea divisoria, que se deberá perforar a fin de entrar en lo que propiamente es el otro yo o la segunda atención.

   Don Juan decía que las dos líneas divisorias son perfectamente discernibles. Cuando los guerreros perforan la pared de niebla, sienten que se retuercen sus cuerpos, o sienten un intenso temblor en la cavidad de sus cuerpos, por lo general a la derecha del estómago o a través de la parte media, de derecha a izquierda. Cuando los guerreros perforan la segunda línea, sienten un agudo crujido en la parte superior del cuerpo, algo como el sonido de una pequeña rama seca que es partida en dos.
Las dos líneas que encajonan a las dos atenciones, y que las sellan individualmente; son conocidas por los videntes como las líneas paralelas. Estas sellan las dos atenciones mediante el hecho de que se extienden hasta el infinito, sin permitir jamás el cruce a no ser que se les perfore.
Entre las dos líneas existe un área de conciencia específica que los videntes llaman limbo, o el mundo que se halla entre las líneas paralelas. Se trata de un espacio real entre dos enormes órdenes de emanaciones del Águila; emanaciones que se hallan dentro de las posibilidades humanas de conciencia. Uno es el nivel que crea el yo de la vida de todos los días, y el otro es el nivel que crea el otro yo. Como el limbo es una zona transicional, allí los dos campos de emanaciones se extienden el uno sobre el otro. La fracción del nivel que nos es conocido, que se extiende dentro de esa área, engancha a una porción del primer anillo de poder; y la capacidad del primer anillo de poder de construir desnates, nos obliga a percibir una serie de desnates en el limbo que son casi como los de la vida diaria, salvo que aparecen grotescos, insólitos y contorsionados. De esa manera el limbo tiene rasgos específicos que no cambian arbitrariamente cada vez que uno entra en él. Hay en él rasgos físicos que semejan los desnates de la vida cotidiana.

    Don Juan sostenía que la sensación de pesadez que se experimenta en el limbo se debe a la carga creciente que se ha colocado en la primera atención. En el área que se halla justamente tras de la pared de niebla aún podemos comportarnos como lo hacemos normalmente; es como si nos encontráramos en un mundo grotesco pero reconocible. Conforme penetramos más profundamente en él, más allá de la pared de niebla, progresivamente se vuelve más difícil reconocer los rasgos o comportarse en términos del yo conocido.
  Me explicó que era posible hacer que en vez de la pared de niebla apareciese cualquier otra cosa, pero que los videntes han optado por acentuar lo que consume menor energía: visualizar ese lindero como una pared de niebla no cuesta ningún esfuerzo.
Lo que existe más allá de la segunda línea divisoria es conocido por los videntes como la segunda atención, o el otro yo, o el mundo paralelo; y el acto de traspasar los dos linderos es conocido como "cruzar las líneas paralelas".
Don Juan pensaba que yo podía asimilar este concepto más firmemente si me describía cada dominio de la conciencia como una predisposición perceptual específica. Me dijo que en el territorio de la conciencia de la vida cotidiana, nos hallamos inescapablemente enredados en la predisposición perceptual de la primera atención. A partir del momento en que el primer anillo de poder empieza a construir desnates, la manera de construirlos se convierte en nuestra predisposición perceptual normal. Romper la fuerza unificadora de la predisposición perceptual de la primera atención implica romper la primera línea divisoria. La predisposición perceptual normal pasa entonces al área intermedia que se halla entre las líneas paralelas. Uno continúa construyendo desnates casi normales durante un tiempo. Pero conforme se aproxima uno a lo que los videntes llaman la segunda línea divisoria, la predisposición perceptual de la primera atención empieza a ceder, pierde fuerza. Don Juan decía que esta transición está marcada por una repentina incapacidad de recordar o de comprender lo que se está haciendo.

   Cuando se alcanza la segunda línea divisoria, la segunda atención empieza a actuar sobre los guerreros que llevan a cabo el viaje. Si éstos son inexpertos, su conciencia se vacía, queda en blanco. Don Juan sostenía que esto ocurre porque se están aproximando a un espectro de las emanaciones del Águila que aún no tienen una predisposición perceptual sistematizada. Mis experiencias con la Gorda y la mujer nagual más allá de la pared de niebla era un ejemplo de esa incapacidad. Viajé hasta el otro yo, pero no pude dar cuenta de lo que había hecho por la simple razón de que mi segunda atención se hallaba aún informulada y no me daba la oportunidad de organizar todo lo que había percibido.
   Don Juan me explicó que uno empieza a activar el segundo anillo de poder forzando a la segunda atención a despertar de su estupor. El bloqueo funcional del primer anillo de poder logra esto. Después, la tarea del maestro consiste en recrear la condición que dio principio al primer anillo de poder, la conclusión de estar saturado de intento. El primer anillo de poder es puesto en movimiento por la fuerza del intento dado por quienes enseñan a desnatar. Como maestro mío él me estaba dando, entonces, un nuevo intento que crearía un nuevo medio perceptual.

   Don Juan decía que toma toda una vida de disciplina incesante, que los videntes llaman intento inquebrantable, preparar al segundo anillo de poder para que pueda construir desnates del otro nivel de emanaciones del Águila. Dominar la predisposición perceptual del yo paralelo es una hazaña de valor incomparable que pocos guerreros logran. Silvio Manuel era uno de esos pocos.
  Don Juan me advirtió que no se debe intentar dominarla deliberadamente. Si esto ocurre, debe de ser mediante un proceso natural que se desenvuelve sin un gran esfuerzo de nuestra parte. Me explicó que la razón de esta indiferencia estriba en la consideración práctica de que al dominarla simplemente se vuelve muy difícil romperla, pues la meta que los guerreros persiguen activamente es romper ambas predisposiciones perceptuales para entrar en la libertad final de la tercera atención.



EL DON DEL ÁGUILA. Antropólogo y Shamán C. Castaneda 

 

 

 

EL ESPÍRITU HUMANO: LA REVOLUCIÓN DEL BRUJO
CONVERSACIONES CON CARLOS CASTANEDA (Primera Parte)





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            hombre moderno se le ha concedido una increíble oportunidad frente a las revelaciones de los brujos.
             Dijo Castaneda.

   ¿Cuál es la posición de los brujos frente a la guerra?, fue la pregunta de uno de los asistentes a su conversatorio.
"¿Qué quieres que te diga? -preguntó Castaneda-. ¿Que son pacifistas? ¡Pues no lo son! ¡A ellos no les interesa nuestro destino como hombres comunes y corrientes! ¡Compréndanlo de una vez! Un guerrero está hecho para combatir, su descanso es la guerra".
   Por lo visto, la pregunta había tocado un punto sensible de Carlos, porque se tomó su tiempo para explicar que, a diferencia de las mezquinas contiendas en las que los humanos nos involucramos cada día por intereses sociales, religiosos o económicos, la guerra del brujo no está dirigida contra los demás, sino contra sus propias debilidades. Asimismo, su paz no es la condición sumisa a la que ha sido reducido el hombre moderno, más bien, se trata de un imperturbable estado de silencio interno y disciplina.

  "La pasividad -dijo- es una violación de nuestra naturaleza, porque, en esencia, todos somos unos combatientes formidables. Cada ser humano es por derecho un guerrero que ha logrado su lugar en el mundo en una batalla de vida o muerte". "Véanlo así, al menos una vez, como espermatozoides, todos libramos la carrera por la vida -una contienda única contra millones de otros competidores- ¡y ganamos! Ahora la batalla sigue, ya que estamos atrapados en las fuerzas del mundo. Una parte de nosotros lucha por desintegrarse y morir, y la otra intenta a toda costa mantener la vida y la conciencia. ¡No hay paz! Un guerrero se da cuenta de ello y lo usa en su favor. Su interés sigue siendo el mismo que animó a aquella chispa de vida que le dio origen: el acceso a un nuevo nivel de conciencia". Siguió diciendo que, al socializarnos, los seres humanos hemos sido domesticados tal como se amansa a un animal, a fuerza de estímulos y castigos.

   "Se nos ha entrenado para vivir y morir dócilmente, siguiendo códigos de conducta antinaturales que nos ablandan, haciendo que perdamos el ímpetu inicial, hasta que el espíritu del hombre ya casi no se nota. Puesto que nacimos de la disputa, al negar nuestra tendencia básica, la sociedad en que vivimos extirpa la herencia guerrera que nos convierte en seres mágicos". Añadió que el único camino abierto al cambio, es que nos aceptemos tal como somos para trabajar a partir de ahí. "El guerrero sabe que vive en un universo predatorial. No puede bajar la guardia. A donde quiera que mire, él ve una lucha incesante,  sabe que es merecedora de respeto, porque es una lucha a muerte. Don Juan siempre se estaba moviendo, yendo o viniendo, apoyando o rechazando, provocando tensiones o descargándose como un rayo, gritando su intento o callando, haciendo algo. Estaba vivo, y su vida reflejaba el estira y afloja del universo". "Él me dijo que, desde el momento en que ocurrió la explosión que nos dio origen hasta el momento de nuestra muerte, vivimos en un flujo. Esos dos episodios son únicos, porque nos preparan para enfrentar a lo que hay más allá. ¿Y qué nos alinea con ese flujo? Una batalla incesante, que sólo un guerrero intenta; por eso vive en profunda armonía con el todo".

   "Para un guerrero, ser armónico es fluir, no detenerse en medio de la corriente a intentar un espacio de paz artificial e imposible. Él sabe que puede dar lo mejor de sí en condiciones de máxima tensión. Por eso busca a su adversario como el gallo de pelea, con avidez, con deleite, sabiendo que el próximo paso es decisivo. Su adversario no es su semejante, sino sus propios apegos y debilidades, y su gran reto es apretar las capas de su energía para que no se expandan cuando cese la vida, para que no muera su conciencia". "Háganse a ustedes mismos estas preguntas: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Tiene un propósito? ¿Está lo suficientemente ajustada? Un guerrero acepta su destino, sea cual sea. Sin embargo, lucha por cambiar las cosas y hace de su paso por el mundo algo exquisito. Templa su voluntad de tal forma, que ya nada puede moverle de su propósito".

   Otro de los presentes levantó la mano y le preguntó cómo consiguen conciliar los brujos los principios del camino del guerrero con sus deberes ante la sociedad. Respondió: "Los brujos son libres, no aceptan compromisos con la gente.  La responsabilidad es frente a uno mismo, no frente a otros. ¿Sabes para qué fue colocado en ti el poder de la percepción? ¿Has descubierto a qué propósito sirve tu vida? ¿Cancelarás tu destino animal? Estas son preguntas de brujos, las únicas que de veras pueden cambiar algo. Si te interesan los demás, ¡respóndete eso!". "Un guerrero sabe que lo que le da sentido a la vida es el reto de la muerte, y la muerte es un asunto personal. Es un desafío para cada uno de nosotros, que sólo los guerreros de corazón aceptan. Desde esta óptica, las inquietudes de la gente son sólo ego manía". Insistió Carlos en que no perdiéramos de vista que el compromiso de un guerrero es con lo que llamó "el puro entendimiento" -un estado de ser que surge del silencio interior-, no con los apegos transitorios de la modalidad de la época en que le ha tocado vivir. Sostuvo que el interés social es una descripción que nos han implantado. No parte de un desarrollo natural de la conciencia. Más bien, es producto de la mente colectiva, del desajuste emocional, el miedo y los sentimientos de culpa, del afán por conducir a otros o ser conducidos".

   "El hombre moderno no lucha su batalla, libra guerras ajenas que nada tienen que ver con el espíritu. ¡Es natural que un brujo no se conmueva por ello!". "Mi maestro decía que él no honraba acuerdos tomados en su ausencia: '¡No estuve allí cuando decretaron que yo tenía que ser un imbécil!'. Él nació en circunstancias particularmente difíciles, pero tuvo el valor de no volverse un hombre reactivo. Afirmaba que la situación de la humanidad en general es horrenda, y que poner énfasis en ciertos grupos es una forma solapada de racismo". "Solía repetir que en el mundo sólo hay dos  tipos de personas, los que tienen energía y los que no la tienen. Vivía en lucha permanente contra la ceguera de sus semejantes, y sin embargo era impecable, no interfería con nadie. Cuando yo le planteaba mi preocupación por la gente, me señalaba mi incipiente papada y me decía: '¡No te engañes, Carlitos! Si de veras te interesa la condición humana no te tratarías como a un cerdo!". "Él me enseñó que sentir lástima por los demás es impropio de un guerrero, porque la lástima siempre es parte del auto reflejo. Me  preguntaba, señalando a quienes encontrábamos a nuestro paso: '¿Acaso te crees mejor que ellos?' Me ayudó a comprender que la solidaridad de los brujos hacia quienes les rodean parte de un comando supremo, no de un sentimiento humano". "Acechando despiadadamente mis reacciones emocionales, él me llevó de la mano hasta la fuente de mis preocupaciones, y yo pude darme cuenta de que mi interés por la gente era un fraude, trataba de escapar de mí mismo transfiriendo a otros mis problemas. Me demostró que la compasión, tal como la entendemos, es una enfermedad mental, una psicosis que nos enreda cada vez más fuerte con nuestro ego". Era evidente que el recordar a don Juan había conmovido a Carlos. Pude notar que le embargaba una oleada de afecto.

   Uno de los asistentes comentó que, al contrario de sus afirmaciones, la compasión hacia el prójimo es la idea esencial de todas las religiones. Él hizo un gesto como si espantase una mosca. "¡Sal de eso! ¡Esos alegatos basados en la lástima son un fraude! A fuerza de repetirnos las mismas ideas, hemos sustituido el genuino interés en el espíritu del hombre por un sentimentalismo barato. Nos hemos vuelto unos compasivos profesionales, ¿y qué? ¿Qué ha cambiado?". "Cuando sientas que la mente colectiva presiona sobre ti, intentando convencerte de que te concentres en las apariencias del mundo, repite para tu interior esta aplastante verdad: 'Me voy a morir, no soy importante, ¡nadie lo es!'. Saber eso es lo único que cuenta". Nos puso como ejemplo de un esfuerzo mal aplicado, un burro atrapado en el fango. Cuando más se mueve, más difíciles pone las cosas. Su única salida es actuar con frialdad, tratar de zafarse de su carga y concentrarse en la inmediatez de su problema. "Lo mismo pasa con nosotros. Somos el ser que va a morir. Fuimos programados para vivir como bestias, cargando un fardo de costumbres y creencias ajenas hasta el final, ¡pero podemos cambiar eso! La libertad que nos ofrece el camino del guerrero está al alcance de la mano, ¡aprovéchenla!" Nos contó que cuando él era aprendiz, tenía un problema, era adicto al cigarro. Había intentado dejarlo varias veces, pero sin éxito. "Un día don Juan me dijo que iríamos a recolectar plantas en una zona desértica y que el viaje duraría varios días. Me advirtió '¡Será mejor que lleves un paquete completo de cajetillas! Pero tienes que envolverlas muy bien, porque el desierto está lleno de animales que podrían robarlas'. Le agradecí su atención y seguí sus indicaciones cuidadosamente. Pero al día siguiente, cuando desperté en medio del chaparral, descubrí que el paquete había desaparecido. Me desesperé; sabía que sin cigarros pronto me iba a sentir mal. Don Juan le echó la culpa de la pérdida al coyote y me ayudó a buscarlo. Después de horas de angustias, finalmente dio con el rastro del animal, al que seguimos por el resto del día, adentrándonos más y más en las montañas. Al llegar la noche, me confesó que estábamos completamente perdidos. Sin cigarros y sin saber dónde estaba, me sentí miserable. Para consolarme, él me aseguró que cerca de allí tenía que haber algún pueblo, que era asunto de caminar un poco más para llegar a algún lugar y estar a salvo. Pero el día siguiente se nos fue en buscar un camino, y luego el otro, y otro más. Así pasaron casi dos semanas. Llegó un punto en que, medio muerto de agotamiento, me dejé caer sobre la arena y me dispuse a morir. Al verme en ese estado, él trató de animarme a seguir, preguntándome: '¿A poco ya no te interesa fumar?'. Le miré con rabia, echándole en cara su increíble irresponsabilidad, y le respondí sordamente que todo lo que quería era morirme. '¡Muy bien! -replicó con frialdad- entonces ya podemos regresar'. ¡Habíamos estado todo ese tiempo a pocos metros de la carretera!".

   "La tragedia del hombre actual no es su condición social, sino la falta de voluntad para cambiarse a sí mismo. Es muy fácil diseñar revoluciones colectivas, pero cambiar genuinamente, acabar con la autocompasión, borrar el ego, abandonar nuestros hábitos y caprichos... ¡ah, eso sí que es otra cosa! Los brujos dicen que la verdadera rebeldía y la única salida del ser humano como especie, es hacer una revolución contra su propia estupidez. Como comprenderán, se trata de una labor solitaria". "El objetivo de los brujos es la revolución de los brujos, el despliegue irrestricto de nuestras posibilidades perceptuales. Yo no he conocido un revolucionario más grande que mi maestro. El no planteaba cambiar las tortillas por pan, ¡no! Se fue al fondo del asunto. Propuso el salto mortal del pensamiento a lo desconocido, la liberación de todas las ataduras. ¡Y demostró que es posible!. "Él me sugirió que llenase mi vida con decisiones de poder, con estrategias que me llevasen a la conciencia. Me enseñó que el orden del mundo no tiene que ser como nos han dicho, que puedo echarlo a un lado cuando quiera. No estoy obligado a mantener una imagen ante los demás, a vivir en un inventario que no me conviene. ¡Mi campo de batalla es el camino del guerrero!".


Conversaciones directas con el Nagual C. Castaneda. Por Armando Torres. 

 

 

 

ALLÍ DONDE TODAS LAS RAZONES HUMANAS FRACASAN: LA IMPORTANCIA PERSONAL
CONVERSACIONES CON CARLOS CASTANEDA (Segunda Parte)





            papel relevante que nos concedemos a nosotros mismos en cada una de las cosas que hacemos, decimos o pensamos, constituye una especie de "disonancia cognitiva" que nubla nuestros sentidos y  nos impide ver las cosas clara y objetivamente. "Somos como pájaros atrofiados. Nacimos con todo lo necesario para volar y, sin embargo, estamos permanentemente obligados a dar vueltas en torno a nuestro yo. El grillete que nos doblega es la importancia personal. "El camino para convertir a un ser humano común y corriente en un guerrero es muy arduo. Siempre se interpone nuestra sensación de estar en el centro de todo, de ser necesarios y tener la última palabra. Nos creemos importantes. Y cuando uno es importante, cualquier intento de cambio se torna un proceso lento, complicado y doloroso". "Ese sentimiento nos aísla. Si no fuera por él, todo fluiríamos en el mar de la conciencia y sabríamos que nuestro yo no existe para sí, su destino es alimentar al Águila".

  "La importancia crece en el niño en la medida que éste perfecciona su comprensión social. Nos han enseñado a construir un mundo de concordancias al cual referirnos, para que podamos comunicarnos entre nosotros. Pero ese don incluyó una embarazosa secuela: nuestra idea del 'yo'. El yo es una construcción mental, vino de fuera y es tiempo de que nos deshagamos de él". Afirmó Carlos que las fallas en que incurrimos al comunicarnos, son una prueba de que la concordancia que hemos recibido es absolutamente artificial. "Después de experimentar durante milenios con situaciones que alteran nuestros modos de percibir el mundo, los brujos del antiguo México descubrieron un hecho portentoso: que no estamos obligados a vivir en una sola realidad, porque el universo está construido con principios muy plásticos que pueden acomodarse en formas casi infinitas, produciendo innumerables gamas de percepción". "A partir de esta verificación, dedujeron que lo que los seres humanos recibimos de fuera fue la capacidad de fijar nuestra atención en una de esas gamas para explorarla y reconocerla, amoldándonos a ella y aprendiendo a sentirla como si fuese única. Así surgió la idea de que vivimos en un mundo exclusivo y, en consecuencia, se generó el sentimiento de ser un 'yo' individual".

   "No hay dudas de que la descripción que nos han dado es una posesión valiosa, semejante a la estaca a la que se ata un arbolito tierno para fortalecerlo y conducirlo. Nos ha permitido crecer como personas normales en una sociedad amoldada a esa fijeza. Para ello tuvimos que aprender a 'desnatar', es decir, a hacer lecturas selectivas del enorme volumen de datos que llega a nuestros sentidos. Pero, una vez que esas lecturas se convierten en 'la realidad', la fijeza de la atención funciona como un ancla, pues nos impide tomar conciencia de nuestras increíbles posibilidades. "Don Juan sostenía que el límite de la percepción humana es la timidez. Para poder manejar el mundo que nos rodea, hemos tenido que renunciar a nuestro patrimonio perceptivo, que es la posibilidad de atestiguarlo todo. De ese modo, sacrificamos el vuelo de la conciencia por la seguridad de lo conocido. Podemos vivir vidas fuertes, audaces, sanas, podemos ser unos guerreros impecables, ¡pero no nos atrevemos!".

   "Nuestra herencia es una casa estable donde vivir, pero nosotros la hemos convertido en una fortaleza para la defensa del yo, o mejor dicho, en una cárcel donde condenamos a nuestra energía a debilitarse en cadena perpetua. Nuestros mejores años, sentimientos y fuerzas se nos van en reparar y apuntalar la casa, porque hemos llegado a identificarnos con ella". "Para cuando el niño se vuelve un ser social, ha adquirido una falsa convicción de su propia importancia, y lo que en un principio era un sentimiento sano de auto preservación, termina transformándose en un reclamo ególatra de atención". "De todos los regalos que hemos recibido, la importancia personal es el más cruel. Convierte a una criatura mágica y llena de vida en un pobre diablo pedante y sin gracia". Señalando para sus pies, dijo que el sentirnos importantes nos obliga a hacer cosas absurdas. "¡Fíjense en mí! Una vez me compré unos zapatos muy finos, que pesaban casi un kilo cada uno. ¡Me gasté como quinientos dólares para andar arrastrando mis zapatotes por ahí!". "Por causa de nuestra importancia, estamos repletos hasta los bordes de rencores, envidias y frustraciones, nos dejamos guiar por los sentimientos de complacencia y huimos de la tarea de conocernos a nosotros mismos con pretextos como 'me da flojera' o '¡que cansado!'.  Detrás de todo eso hay un desasosiego que intentamos acallar con un diálogo interno cada vez más denso y menos natural".

   En este punto de su plática, Carlos hizo un alto para responder algunas preguntas y aprovechó para contarnos diversas historias aleccionadoras sobre el modo en que la importancia deforma a los seres humanos, transformándolos en cascarones rígidos frente a los cuales un guerrero no sabe si reírse o  llorar. "Después de estudiar durante algunos años con don Juan, me sentí tan espantado de sus prácticas que me alejé por un tiempo. No podía aceptar lo que él y mi benefactor me hacían. Me parecía inhumano, innecesario, y anhelaba un trato más dulce. Aproveché para visitar a diversos maestros espirituales de todo el mundo a fin de encontrar en sus doctrinas alguna enseñanza que justificase mi deserción". "En cierta ocasión conocí a un gurú californiano que se creía la gran cosa. Me admitió como su discípulo y me dio la tarea de pedir limosnas en una plaza pública. Considerando que era una experiencia nueva para mí y que probablemente sacaría una importante lección de todo ello, hice acopio de valor y cumplí con su encargo. Cuando regresé a verlo, le dije: '¡Ahora hazlo tú!'. Se disgustó conmigo y me expulsó de la clase". "En otro de mis viajes fui a ver a un conocido maestro hindú. Me presenté en casa desde temprano y formé fila con otros curiosos. Pero el señor nos tuvo esperando durante horas. Cuando apareció, en lo alto de una escalera, tenía un aspecto condescendiente, como si nos estuviese haciendo un gran favor en admitirnos. Comenzó a descender los escalones muy dignamente, pero sus pies se enredaron en su amplia túnica, cayó al suelo y se rajó la cabeza. Murió allí mismo, frente a nosotros."

   En otra ocasión, Carlos nos dijo que el demonio de la importancia no sólo afecta a los que se creen maestros, sino que es un problema general. Uno de sus baluartes más firmes es la apariencia personal. "Ese era un punto por el que siempre me sentí dolido. Don Juan solía atizar mi resentimiento burlándose de mi estatura. Me decía: '¡Entre más chaparro, más ego maniático! Eres pequeño y malo como una chinche; ¡no te queda otra cosa que ser famoso, porque de otro modo no existes!' Afirmaba que el mero hecho de verme le daba ganas de vomitar, por lo que estaba infinitamente agradecido conmigo". "Yo me ofendía con sus comentarios, porque tenía la convicción de que exageraba mis defectos. Pero un día entré en una tienda de Los Ángeles y pude comprender que él tenía toda la razón. Escuché que un individuo decía a mi lado: '¡Shorty!' (corto), y me sentí tan irritado que,  sin pensarlo dos veces, me volteé y le pegué con fuerza en la cara. Después supe que el hombre no había dicho eso por mí, sino porque se había quedado corto con su cambio". "Uno de los consejos que nos dio don Juan fue que, durante nuestra formación como guerreros, nos abstuviéramos de emplear lo que él llamaba 'herramientas para la perpetuación del yo'. Incluía en esa categoría objetos tales como los espejos, la exhibición de títulos académicos y los álbumes de fotos con historia personal. Los brujos de su grupo tomaban ese consejo en forma literal, pero a los aprendices no nos importaba. Sin embargo, por alguna razón, yo interpreté su comando en forma extrema, y desde entonces ni siquiera permito que me tomen fotografías". "Cierta vez, mientras daba una conferencia, expliqué que las fotos son una perpetuación del auto reflejo, y que mi renuencia tenía como objeto el mantener una cómoda incógnita en torno a mi persona. Después me enteré que cierta señora que estaba entre los asistentes y que se las daba de guía espiritual, había comentado que, si ella tuviese mi cara de mesero mexicano, tampoco se dejaría fotografiar.

   "Al observar las mañas de la importancia personal y el modo homogéneo con que contamina a todo el mundo, los videntes han dividido a los seres humanos en tres categorías, a las que don Juan les puso los nombres más ridículos que pudo conseguir: los orines, los pedos y los vómitos. Todos cabemos en una de ellas". "Los orines se caracterizan por su servilismo; son adulones, pegajosos y empalagosos. Es el tipo de gente que siempre te quiere hacer un favor; te cuidan, te previenen, te apapachan; ¡tienen tanta compasión! Pero de ese modo enmascaran el hecho real, que no tienen iniciativa propia y por sí solos nunca llegan a nada. Necesitan de un comando ajeno para sentir que están haciendo algo. Y, para su desgracia, dan por sentado que los demás son tan amables como ellos; por eso siempre están dolidos, decepcionados y llorosos. "Los pedos, en cambio, son el extremo opuesto. Irritantes, mezquinos y autosuficientes, constantemente se imponen e interfieren. Una vez que te agarran, no te dejan en paz. Son las personas más desagradables con quienes te puedas topar. Si estás tranquilo, llega el pedo y te enrolla en sus jaladas, te usa en lo posible. Tienen un don natural para ser maestros y líderes de la humanidad. Son los que matan por conservar el poder." "Entre ambas categorías están los vómitos. Neutrales, ni se imponen ni se dejan orientar. Son presumidos, ostentosos y exhibicionistas. Dan la impresión de que son la gran cosa, pero no son nada. Todo es alarde. Son caricaturas de gente que se creen demasiado, pero, si no les prestas atención, se deshacen en su insignificancia.

   "Alguien del público le preguntó si la pertenencia a una de esas categorías es una característica obligatoria, es decir, una condición innata de nuestra luminosidad. Respondió: "Nadie nace así, ¡nos hacemos así! Caemos en una u otra de esas clasificaciones por causa de algún incidente mínimo que nos marcó cuando niños, como puede ser la presión de nuestros padres u otros factores imponderables. A partir de ahí, y a medida que crecemos, nos vamos involucrando de tal modo en la defensa del yo, que llega un momento en que ya no recordamos el día en que dejamos de ser auténticos y comenzamos a actuar. Para cuando un aprendiz entra al mundo de los brujos, su personalidad básica está tan formada que ya nada puede hacer por anularla y sólo le queda reírse de todo eso." "Pero, a pesar de que no es nuestra condición congénita, los brujos pueden detectar el tipo de importancia que nos concedemos a través de su ver, porque el amoldar nuestro carácter durante años produce deformaciones permanentes en el campo energético que nos rodea."

   Siguió explicando Carlos que la auto importancia se alimenta de la misma clase de energía que nos permite ensoñar. Por lo tanto, perderla es la condición básica del nagualismo, pues libera para nuestro uso un excedente de energía; además, porque sin esa precaución, el sendero del guerrero podría convertirnos en unos aberrados." "Eso es lo que le ha pasado a muchos aprendices: comenzaron bien, ahorrando su energía y desarrollando sus potencialidades. Pero no se dieron cuenta de que, a medida que accedían al poder, también nutrían en su interior un parásito. Si vamos a ceder a las presiones del ego, es preferible que lo hagamos como hombres comunes y corrientes, porque un brujo que se considera importante es lo más triste que hay." "La importancia personal es traicionera; puede enmascararse bajo una fachada de humildad casi impecable, pues no tiene prisas. Después de toda una vida de prácticas, le basta con un mínimo descuido, un pequeño traspié y ahí está, de nuevo, como un virus que fue incubado en silencio, o como esas ranas que esperan durante años bajo la arena del desierto, y con las primeras gotas de lluvia despiertan de su letargo y se reproducen."

   "Teniendo en cuenta su naturaleza, es deber de un benefactor espolear la importancia de su aprendiz hasta que estalle. No puede tener piedad. El guerrero debe aprender a ser humilde por el camino más arduo o no tendrá la menor oportunidad frente a los dardos de lo desconocido". "Don Juan fustigaba a sus discípulos hasta la crueldad. Nos recomendaba una vigilancia de veinticuatro horas diarias para mantener a raya al pulpo del yo. ¡Por supuesto que no le hacíamos caso! Excepto Eligio, el más adelantado de los aprendices, todos los demás nos entregábamos de una manera vergonzosa a nuestras propensiones. En caso de la Gorda, eso fue fatal." Contó la historia de María Elena, una discípula aventajada de don Juan que había desarrollado un gran poder como guerrera, pero no supo controlar los vicios de su etapa humana. "Ella pensó que lo tenía todo bajo control y no era así. Le quedaba un interés muy egoísta, un apego personal; esperaba cosas del grupo de guerreros y eso la acabó." "La Gorda se sentía ofendida conmigo porque me consideraba incapaz de conducir a los aprendices hasta la libertad y nunca me aceptó como el nuevo nagual. Una vez que la fuerza directiva de don Juan desapareció, ella comenzó a reprocharme mi insuficiencia, o más bien mi anomalía energética, sin tener en cuenta que eso era un comando del espíritu. Poco después, se alió con los Genaros y las Hermanitas y comenzó a conducirse como si ella fuese el líder de la partida. Pero lo que terminó de exasperarla fue el éxito público de mis libros." "Cierto día, en un arranque de autosuficiencia, nos reunió a todos, se paró ante nosotros y gritó: '¡Bola de pendejos! ¡Yo me voy!'." "Ella conocía el ejercicio del fuego interior, mediante el cual podía mover su punto de encaje hasta el mundo del nagual para reunirse con don Juan y don Genaro. Pero esa tarde estaba muy agitada. Algunos de los aprendices trataron de calmarla y eso la enfureció aun más. Yo no podía hacer nada, la situación había abrumado mi poder. Después de un esfuerzo brutal y nada impecable, le dio una embolia cerebral y cayó muerta. Lo que la mató fue su egomanía." Como moraleja de esta extraña historia, Carlos añadió que un guerrero nunca se deja llevar hasta la locura, porque morir de un ataque de ego es la más estúpida manera de morir." "La importancia personal es homicida, trunca el libre flujo de la energía y eso es fatal. Ella es responsable de nuestro fin como individuos y llegará el día en que nos termine como especie. Cuando un guerrero aprende a echarla a un lado, su espíritu se despliega, jubiloso, como un animal salvaje que es liberado de su jaula y puesto en libertad."

    "La importancia personal se puede combatir de diversas maneras, pero primero hay que saber que está ahí. Si tienes un defecto y lo reconoces, ¡ya es la mitad!." "Así que, ante todo, dense cuenta. Tomen una cartulina y escriban sobre ella: 'La importancia personal mata', y cuélguenla en el lugar más visible de la casa. Lean esa frase cada día, traten de recordarla en sus trabajos, mediten sobre ella. Quizá llegue el momento en que su significado penetre en su interior y se decidan a hacer algo. El darse cuenta es de por sí una gran ayuda, porque la lucha contra el yo genera su propio ímpetu." "Ordinariamente, la importancia personal se alimenta de nuestros sentimientos, que pueden ir desde el deseo de caer bien y ser aceptados por los demás, hasta la petulancia y el sarcasmo. Pero su área favorita de acción es la lástima por uno mismo y por quienes nos rodean. De manera que, para acecharla, ante todo tenemos que descomponer nuestros sentimientos en sus mínimas partículas, detectando las fuentes de las cuales se nutren." "Los sentimientos rara vez se presentan en forma pura. Se enmascaran. Para cazarlos como conejos, tenemos que proceder finamente, con estrategias, porque son rápidos y no se puede razonar con ellos." "Comenzamos por las cosas más evidentes, como: ¿qué tan en serio me tomo? ¿Cuán apegado estoy? ¿A qué dedico mi tiempo? Estas son cosas que podemos empezar a cambiar, acumulando la suficiente energía como para liberar un poquito de atención, que a su vez nos permitirá adentrarnos más en el ejercicio." "Por ejemplo, en lugar de pasar hora tras hora viendo la tele, yendo de compras o conversando con nuestros amigos sobre cosas intrascendentes, podríamos dedicar una pequeña parte de ese tiempo a hacer ejercicios físicos, a recapitular nuestra historia o bien a ir solos a un parque, quitarnos los zapatos y caminar descalzos sobre la hierba. Parece algo sencillo, pero con esas prácticas nuestro panorama sensorial se redimensiona. Recuperamos algo que siempre estuvo ahí y que habíamos dado por perdido." "A partir de esos pequeños cambios, podemos analizar elementos más difíciles de detectar, en los cuales nuestra vanidad se proyecta hasta la demencia. Por ejemplo, ¿cuáles son mis convicciones? ¿Me considero inmortal? ¿Soy especial? ¿Merezco que me tomen en cuenta? Este tipo de análisis se mete en el campo de las creencias -la mera fortaleza de los sentimientos-, así que deben emprenderlo a través del silencio interno y sellando un compromiso muy ferviente con la honestidad. De otro modo, la mente saldrá con todo tipo de justificaciones."

  Añadió Carlos que estos ejercicios hay que hacerlos con un sentido de alarma, porque, en verdad, se trata de sobrevivir a un poderoso ataque." "Dense cuenta de que la importancia personal es un veneno implacable. No nos queda tiempo, el antídoto es la urgencia. ¡Es ahora o nunca!." "Una vez que hayan diseccionado sus sentimientos, deben aprender a reencauzar sus esfuerzos más allá del interés humano, hasta el sitio de la no-compasión.
Para los videntes, ese sitio es un área de nuestra luminosidad tan funcional como lo es el área de la racionalidad. Podemos aprender a evaluar el mundo desde un punto de vista desapegado, tal como aprendimos, siendo niños, a juzgarlo a partir de la razón. Sólo que el desapego, como punto de enfoque, está mucho más cerca del temple del guerrero." "Sin esa precaución, la revoltura emocional resultante del ejercicio de acechar a nuestra importancia puede ser tan dolorosa, que uno puede verse llevado al suicidio o la demencia. Cuando aprende a contemplar el mundo desde la no-compasión, intuyendo que detrás de toda situación que implique desgaste energético hay un universo impersonal, el aprendiz deja de ser un nudo de sentimientos y se convierte en un ser fluido." "El problema de la compasión es que nos obliga a ver al mundo a través de la autoindulgencia. Un guerrero sin compasión es una persona que ha ubicado su voluntad en el centro de la frialdad y ya no se complace en el 'pobrecito de mí'. Es un individuo que no siente piedad por sus debilidades,  a aprendido a reírse de sí mismo."

  "Un modo de definir la importancia personal, es entendiéndola como la proyección de nuestras debilidades a través de la interacción social. Es como los gritos y actitudes prepotentes que adoptan algunos animales pequeños para disimular el hecho de que, en realidad, no tienen defensas. Somos importantes porque tenemos miedo, y mientras más miedo, más ego." "Sin embargo, y afortunadamente para los guerreros, la importancia personal tiene un punto débil, y es que depende del reconocimiento para subsistir. Es como el papalote, que necesita de una corriente de aire para subir y mantenerse en lo alto; de otro modo cae en picada y se rompe. Si no le damos importancia a la importancia, ésta se acaba." "Sabiendo esto, un aprendiz renueva sus relaciones. Aprende a huir de quienes le consienten y frecuenta a aquellos a los que nada humano les importa. Busca la crítica, no la adulación. Cada cierto tiempo comienza una vida nueva, borra su historia, cambia de nombre, explora nuevas personalidades, anula la sofocante persistencia de su ego y se lleva a sí mismo a situaciones límite, en las cuales lo auténtico se ve forzado a asumir el mando. Un cazador de poder no se tiene lástima, no busca el reconocimiento ante los ojos de nadie." "La no-compasión es sorpresiva. Se intenta poco a poco, durante años de presión continua, pero ocurre de golpe, como una vibración instantánea que rompe nuestro molde y nos permite mirar al mundo desde una serena sonrisa. Por primera vez en muchos años, nos sentimos libres del terrible peso de ser nosotros mismos y vemos la realidad que nos rodea. Una vez ahí ya no estamos solos; un increíble empujón nos aguarda, una ayuda que viene de las entrañas del Águila y nos transporta en un milisegundo a universos de sobriedad y cordura." "Al no tenernos lástima, podemos enfrentar con elegancia el impacto de nuestra extinción personal.

   La muerte es la fuerza que da al guerrero valor y moderación. Sólo mirando a través de sus ojos nos volvemos conscientes de que no somos importantes. Entonces ella viene a morar a nuestro lado y comienza a transmitirnos sus secretos." "El contacto con su intrascendencia deja una marca indeleble en el carácter del aprendiz. Este comprende de una vez que toda la energía del universo está conectada. No hay un mundo de objetos que se relacionan entre sí a través de leyes físicas. Lo que existe es un panorama de emanaciones luminosas inextricablemente ligadas, en el cual podemos hacer interpretaciones en la medida que nos lo permita el poder de nuestra atención. Todas nuestras acciones cuentan, porque desencadenan aludes en el infinito. Por eso ninguna vale más que la otra, ninguna es más importante que la otra." "Esa visión corta de tajo la propensión que tenemos a ser indulgentes con nosotros mismos. Al ser testigo del vínculo universal, el guerrero se hace presa de sentimientos encontrados. Por un lado, júbilo indescriptible y una reverencia suprema e impersonal hacia todo lo que existe. Por el otro, un sentido de lo inevitable y tristeza profunda, que nada tiene que ver con la autocompasión; una tristeza que viene del seno del infinito, una ráfaga de soledad que no se disipa nunca." "Ese sentimiento depurado da al guerrero la sobriedad, la finura, el silencio que necesita para intentar allí donde todas las razones humanas fracasan. En tales condiciones, la importancia personal fenece por sí misma."


Conversaciones directas con el Nagual C. Castaneda. Por Armando Torres. 

 

 

 

 LA RUEDA DEL TIEMPO 
LOS SHAMANES DEL ANTIGUO MEXICO Y SU PENSAMIENTO ACERCA DE LA VIDA, LA MUERTE Y EL UNIVERSO
   

 




            l poder reside en el tipo de conocimiento que uno posee. ¿Qué sentido tiene conocer cosas inútiles? Eso no nos          prepara para nuestro inevitable encuentro con lo desconocido.

  • Nada en este mundo es un regalo. Lo que ha de aprenderse debe aprenderse arduamente.

  • Un hombre va al conocimiento como va a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa puede correr el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo.

  • Cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos -estar bien despierto, y tener miedo, respeto y absoluta confianza- no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones, sus acciones pierden la torpeza de las acciones de un necio. Si un hombre así fracasa o sufre una derrota, no habrá perdido más que una batalla, y eso no le provocará lamentaciones lastimosas.

  • Ocuparse demasiado de uno mismo produce una terrible fatiga. Un hombre en esa posición está ciego y sordo a todo lo demás. La fatiga misma le impide ver las maravillas que lo rodean.

  • Cada vez que un hombre se propone aprender tiene que esforzarse como el que más, y los limites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Por tanto, no tiene sentido hablar del conocimiento. El miedo al conocimiento es natural; todos lo experimentamos, y no podemos hacer nada al respecto. Pero por temible que sea el aprendizaje, es más terrible la idea de un hombre sin conocimiento.

  • Enfadarse con la gente significa que uno considera que los actos de los demás son importantes. Es imperativo dejar de sentir de esa manera. Los actos de los hombres no pueden ser lo suficientemente importantes como para contrarrestar nuestra única alternativa viable: nuestro encuentro inmutable con el infinito.

  • Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Por tanto, un guerrero siempre debe tener presente que un camino es sólo un camino; si siente que no debería seguirlo, no debe permanecer en él bajo ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera deliberada. Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino?

  • Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino sin cora-zón nunca es agradable. En cambio, un camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle gusto; el viaje se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno con él.

  • Existe un mundo de felicidad donde no hay diferencia entre las cosas porque en él no hay nadie que pregunte por las diferencias. Pero ése no es el mundo de los hombres. Algunos hombres tienen la arrogancia de creer que viven en dos mundos, pero eso es pura arrogancia.

  • Hay un único mundo para nosotros. Somos hombres, y debemos transitar con alegría el mundo de los hombres.

  • El hombre tiene cuatro enemigos naturales: el miedo, la claridad, el poder y la vejez. El miedo, la claridad y el poder pueden superarse, pero no la vejez. Su efecto puede ser pospuesto, pero nunca vencido.

  • Un guerrero sabe que es sólo un hombre. Su único pesar es que su vida es tan corta que no le permite asir todas las cosas que quisiera. Pero, para él, eso no es un problema; es sólo una lástima.

  • Sentirse importante lo hace a uno pesado, torpe y banal. Para ser un guerrero se necesita ser liviano y fluido.

  • Cuando los seres humanos se ven como campos de energía, parecen fibras de luz, como telara-ñas blancas, con hebras muy finas que circulan desde la cabeza hasta la punta de los pies. De ese modo, ante el ojo del vidente, un hombre aparece como un huevo de fibras que circulan. Y sus brazos y piernas son como cerdas luminosas que brotan en todas direcciones.

  • El vidente ve que cada hombre está en contacto con todo lo que le rodea, pero no a través de sus manos, sino mediante un montón de largas fibras que brotan en todas direcciones desde el centro de su abdomen. Esas fibras unen al hombre con lo que le rodea; conservan su equilibrio; le dan estabilidad.

  • Cuando un guerrero aprende a ver, ve que un hombre, ya sea mendigo o rey, es un huevo luminoso, y no hay manera de cambiar nada; o mejor dicho, ¿qué podría cambiarse en ese huevo luminoso? ¿Qué?

  • Un guerrero nunca se preocupa de su miedo. En vez de eso, ¡piensa en las maravillas de ver el flujo de la energía! El resto son adornos, adornos sin importancia.

  • Sólo un chiflado emprendería por cuenta propia la tarea de hacerse hombre de conocimiento. A un hombre cuerdo hay que engañarlo. Hay montones de gente que acometerían con gusto la tarea, pero ésos no cuentan. Casi siempre están rajados. Son como cántaros que por fuera se ven en buen estado, pero que comenzarían a gotear en el momento en que los sometieras a presión y los llenaras de agua.

  • Cuando un hombre no se preocupa por ver, las cosas le parecen más o menos lo mismo cada vez que mira el mundo. En cambio, cuando aprende a ver, ninguna cosa es igual cada vez que la ve, y sin embargo es la misma. Para el ojo de un vidente, un hombre es como un huevo. Cada vez que ve a un mismo hombre, ve un huevo luminoso, pero no es el mismo huevo luminoso.

  • Los shamanes del México antiguo dieron el nombre de aliados a unas fuerzas inexplicables que actuaban sobre ellos. Los llamaron aliados porque pensaron que podrían servirse de ellos para su satisfacción, un concepto que resultó ser casi fatal para aquellos shamanes, porque lo que ellos llamaban aliados son seres sin esencia corpórea que existen en el universo. Los shamanes de hoy en día los llaman seres inorgánicos.

  • Preguntar cuál es la función de los aliados es como preguntar qué hacemos los hombres en el mundo. Aquí estamos: eso es todo. Y los aliados están aquí como nosotros; y puede que estuvieran antes que nosotros.

  • El modo más eficaz de vivir es vivir como un guerrero. Puede que un guerrero piense y se preocupe antes de tomar una decisión, pero una vez que la ha tomado, prosigue su camino libre de preocupaciones o pensamientos; todavía habrá un millón de decisiones esperándolo. Ése es el camino del guerrero.

  • Un guerrero piensa en su muerte cuando las cosas pierden claridad. La idea de la muerte es lo único que templa nuestro espíritu.

  • La muerte está en todas partes. Acaso esté en los faros de un coche que alumbran tras de noso-tros desde lo alto de una colina distante. Pueden permanecer visibles por un rato y entonces desaparecer en la oscuridad como si se los hubiera tragado la tierra, para aparecer sobre otra colina y luego desaparecer de nuevo.
    Ésas son las luces que lleva la muerte sobre su cabeza. La muerte se las pone por sombrero y se lanza al galope, ganándonos terreno, acercándose más y más. A veces apaga sus luces. Pero la muerte nunca se detiene.

  • Un guerrero, primero debe saber que sus actos son inútiles y, a pesar de ello, proceder como si no lo supiera. Ése es el desatino controlado del chamán.

  • Los ojos del hombre pueden realizar dos funciones: una es ver la energía en general, tal como fluye en el universo, y la otra es «mirar las cosas de este mundo». Ninguna de ellas es mejor que la otra; sin embargo, educar los ojos sólo para mirar es un lamentable e innecesario desperdicio.

  • Un guerrero vive de actuar, no de pensar en actuar ni de pensar qué pensará cuando haya actuado.

  • Un guerrero elige un camino con corazón, cualquier camino con corazón, y lo sigue, y luego se regocija y ríe. Sabe, porque ve, que su vida se acabará demasiado pronto. Sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás.

  • Un guerrero no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni patria; sólo tiene vida por vivir y, en tales circunstancias, su único vínculo con sus semejantes es su desatino controlado.
    Puesto que ninguna cosa es más importante que otra, un guerrero elige cualquier acto y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado le lleva a decir que lo que él hace importa y le lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no es así; de modo que, cuando completa sus actos, se retira en paz, sin preocuparse en absoluto de si sus actos fueron buenos o malos, si dieron resultado o no.

  • Un guerrero puede optar por permanecer totalmente impasible y no actuar jamás, y compor-tarse como si realmente le importara ser impasible. También eso sería genuinamente correcto, pues también ése sería su desatino controlado.

  • No hay vacío en la vida de un guerrero. Todo está lleno a rebosar. Todo está lleno a rebosar y todo es igual.

  • El hombre corriente se preocupa demasiado por querer a otros o por ser querido por los de-más. Un guerrero quiere; eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, sin más, porque sí.

  • Un guerrero acepta la responsabilidad de sus actos, hasta del más trivial de sus actos. El hombre corriente actúa según sus pensamientos y nunca asume la responsabilidad por lo que hace.

  • El hombre corriente es o un ganador o un perdedor y, dependiendo de ello, se convierte en perseguidor o en víctima. Estas dos condiciones prevalecen mientras uno no ve. Ver disipa la ilusión de la victoria, la derrota o el sufrimiento.

  • Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera no desea nada, y así cualquier casa que recibe, por pequeña que sea, es más de lo que puede tomar. Si necesita comer, encuentra el modo porque no tiene hambre; si algo lastima su cuerpo, encuentra el modo de pararlo porque no tiene dolor. Tener hambre o tener dolor significa que el hombre no es un guerrero, y las fuerzas de su hambre y de su dolor lo destruirán.

  • Negarse a sí mismo es una entrega. Entregarse a la negación es, con mucho, la peor de las entregas; nos fuerza a creer que estamos haciendo algo valioso, cuando de hecho sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos.

  • El intento no es un pensamiento, ni un objeto, ni un deseo. El intento es lo que puede hacer triunfar a un hombre cuando sus pensamientos le dicen que está derrotado. Actúa aun a pesar de que el guerrero se haya entregado. El intento es lo que lo hace invulnerable. El intento es lo que envía a un chamán a través de una pared, a través del espacio, al infinito.

  • Cuando un hombre se embarca en el camino del guerrero, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre. Los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén y debe adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir.

  • Cada pizca de conocimiento que se convierte en poder tiene a la muerte como fuerza central. La muerte da el toque definitivo; todo lo que la muerte toca, en verdad se vuelve poder.

  • Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para ser capaz de no abandonarse a nada. Un hombre así sabe que su muerte lo está acechando y que no le dará tiempo para aferrarse a nada; así que prueba, sin ansias, todo de todo.

  • Somos hombres, y nuestro destino es aprender y ser arrojados a mundos nuevos e inconcebibles. Un guerrero que ve la energía sabe que no hay fin a los nuevos mundos que se abren a nuestra visión.

  • «La muerte es un remolino; la muerte es una nube brillante en el horizonte; la muerte soy yo hablándote; la muerte sois tú y tu cuaderno de notas; la muerte no es nada. ¡Nada! Está aquí, pero no está aquí en absoluto.»

  • El espíritu de un guerrero no está hecho a la entrega y a la queja, ni está hecho a ganar o per-der. El espíritu de un guerrero está hecho sólo a la lucha, y cada lucha es la última batalla del guerrero sobre la Tierra. Por eso el resultado le importa muy poco. En su última batalla sobre la tierra, el guerrero deja fluir su espíritu libre y claro. Y mientras se entrega a su batalla, sabiendo que su intento es impecable, un guerrero ríe y ríe.

  • Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho, man-tenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno. Y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es siempre como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, lo encendemos de vida, lo sostenemos. No sólo eso, sino que también escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De ahí que repitamos las mismas elecciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo el mismo diálogo interno una y otra vez hasta el preciso momento de la muerte. Un guerrero es consciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.

  • El mundo es todo lo que hay aquí encerrado: la vida, la muerte, la gente y todo lo demás que nos rodea. El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desentrañaremos sus secretos. Por eso, debemos tratarlo como lo que es: un absoluto misterio.

  • Las cosas que la gente hace no pueden, bajo ninguna condición, ser más importantes que el mundo. De modo que un guerrero trata el mundo como un misterio interminable, y lo que la gente hace, como un desatino sin fin.

  • Casi nunca nos damos cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestras vidas en cualquier momento y en un abrir y cerrar de ojos.

  • Uno no debería preocuparse de tomar fotos o de hacer grabaciones. Ésas son superficialidades propias de vidas ociosas. Uno debería preocuparse del espíritu, que siempre es huidizo.

  • Un guerrero no necesita historia personal. Un día descubre que ya no le es necesaria, y la abandona.

  • La historia personal debe ser renovada constantemente contando a los padres, parientes y amigos todo cuanto uno hace. Por otro lado, el guerrero que no tiene historia personal, no necesita dar explicaciones; nadie se enoja ni se desilusiona con sus actos. Y sobre todo, nadie le amarra con sus pensamientos y expectativas.

  • Cuando nada se da por cierto permanecemos alerta, permanentemente de puntillas. Es más emocionante no saber detrás de qué matorral saltará la liebre que comportarnos como si lo supiéramos todo.

  • Mientras un hombre siente que lo más importante del mundo es él mismo, no puede apreciar verdaderamente el mundo que lo rodea. Es como un caballo con anteojeras: sólo se ve a sí mismo, ajeno a todo lo demás.

  • La muerte es nuestra eterna compañera. Se halla siempre a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo tras de nosotros. La muerte es la única consejera sabia con la que cuenta un guerrero. Cada vez que el guerrero siente que todo anda mal y que está a punto de ser aniquilado, puede volverse a su muerte y preguntarle si ello es cierto. Su muerte le dirá que se equivoca, que en realidad nada importa salvo su toque. Su muerte le dirá: «Todavía no te he tocado.»

  • Cuando un guerrero decide hacer algo, debe ir hasta el final, aceptando la responsabilidad de lo que hace. Haga lo que haga, primero debe saber por qué lo hace, y luego seguir adelante con sus acciones, sin dudas ni remordimientos.

  • En un mundo donde la muerte es el cazador no hay tiempo para dudas ni lamentos. Sólo hay tiempo para decisiones. No importa cuáles sean las decisiones. Nada puede ser más serio o menos serio que lo demás. En un mundo donde la muerte es el cazador no hay decisiones grandes o pequeñas. Sólo hay decisiones que un guerrero toma a la vista de su muerte inevitable.

  • Un guerrero debe aprender a ponerse al alcance, o fuera del alcance, en el punto justo. Es inútil para un guerrero estar todo el día al alcance sin saberlo, como le es inútil esconderse cuando todo el mundo sabe que está escondido.

  • Para un guerrero, ser inaccesible significa tocar frugalmente el mundo que lo rodea. Y, sobre todo, evitar deliberadamente agotarse a sí mismo y a los demás. Un guerrero no utiliza ni exprime a la gente hasta dejarla reducida a nada, en especial a la gente que ama.

  • Cuando un hombre se preocupa, se aferra a cualquier cosa por desesperación; y una vez que se aferra, forzosamente se agota, o agota a la cosa o a la persona a la que está aferrado.

  • Un guerrero cazador, en cambio, sabe que atraerá la caza a sus trampas una y otra vez, así que no se preocupa. Preocuparse es ponerse al alcance, al alcance sin saberlo.

  • Un guerrero cazador trata íntimamente con su mundo y, sin embargo, es inaccesible para ese mismo mundo. Lo toca ligeramente, permanece el tiempo preciso y luego se aleja velozmente, sin apenas dejar rastro.

  • Ser un guerrero cazador no es sólo cuestión de cazar animales. Un guerrero cazador no captura animales porque ponga trampas ni porque conozca las rutinas de su presa, sino porque él mismo no tiene rutinas. Ésa es su ventaja. Él no es, de ningún modo, como los animales que persigue, fijos en rutinas pesadas y en caprichos previsibles. Él es libre, fluido, imprevisible.

  • Para el hombre corriente el mundo es extraño porque, cuando no se aburre de él, está enemistado con él. Para un guerrero, el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, insondable. Un guerrero debe asumir la responsabilidad de estar aquí, en este mundo maravilloso, en este tiempo maravilloso.

  • Un guerrero debe aprender a hacer que cada acto cuente, pues va a estar aquí, en este mundo, tan sólo un tiempo breve; de hecho, demasiado breve para ser testigo de todas las maravillas que existen.

  • Los actos tienen poder. Especialmente cuando el guerrero que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con pleno conocimiento de que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la Tierra.

  • Un guerrero debe enfocar su atención en el vínculo que lo une con su muerte. Sin remordi-miento ni tristeza ni preocupación, debe poner su atención en el hecho de que no tiene tiempo y dejar que sus actos fluyan de acuerdo con ello. Ha de hacer de cada uno de sus actos su última batalla sobre la Tierra. Sólo en tales condiciones tendrán sus actos el poder que les corresponde. De otro modo serán, mientras viva, los actos de un necio.

  • Un guerrero cazador sabe que su muerte lo aguarda, y que ese mismo acto que ahora está realizando puede muy bien ser su última batalla sobre la Tierra. Lo llama batalla porque es una lucha. La mayoría de la gente pasa de acto a acto sin luchar ni pensar. Un guerrero cazador, por el contrario, evalúa cada acto; y como tiene un conocimiento íntimo de su muerte, procede juiciosamente, como si cada acto fuera su última batalla. Sólo un necio dejaría de notar la ventaja que un guerrero cazador tiene sobre sus semejantes. Un guerrero cazador da a su última batalla el respeto que merece. Es natural que su último acto sobre la Tierra sea lo mejor de sí mismo. Así le place. Así le quita el filo a su temor.
  • Un guerrero es un cazador inmaculado que caza poder; no está borracho ni loco, ni tiene tiempo ni humor para fanfarronear, ni para mentirse a sí mismo, ni para equivocarse en la jugada. La apuesta es demasiado alta. Lo que se juega es su vida pulcramente ordenada que tanto tiempo le llevó afinar y perfeccionar. No va a desperdiciar todo eso por un estúpido error de cálculo o por tomar una cosa por lo que no es.

  • Un hombre, cualquier hombre, merece cuanto les toca en suerte a los hombres: alegría, dolor, tristeza y lucha. No importa la naturaleza de sus actos, siempre y cuando actúe como guerrero.

  • Si su espíritu está deformado, simplemente debe arreglarlo, depurándolo y perfeccionándolo, porque no hay en la vida una tarea más digna de emprenderse. No arreglar el espíritu es buscar la muerte, y eso es igual que no buscar nada, porque la muerte va a alcanzarnos de todos modos. Buscar la perfección del espíritu del guerrero es la única tarea digna de nuestra transitoriedad y de nuestra condición humana.

  • Lo más difícil en este mundo es adoptar el ánimo del guerrero. De nada sirve estar triste, que-jarse y sentirse justificado de hacerlo creyendo que alguien nos está siempre haciendo algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, y mucho menos a un guerrero.

  • Un guerrero es un cazador. Todo lo calcula. Eso es control. Una vez terminados sus cálculos, actúa. Se deja ir. Eso es abandono. Un guerrero no es una hoja a merced del viento. Nadie puede empujarle; nadie puede obligarle a hacer cosas en contra de sí mismo o de lo que juzga correcto. Un guerrero está preparado para sobrevivir, y sobrevive del mejor modo posible.

  • Un guerrero no es más que un hombre, un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha reunido poder tras grandes penas, puede ciertamente detener su muerte por un momento, un momento lo bastante largo para permitirle regocijarse por última vez al evocar su poder. Podemos decir que ése es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.

  • No importa cómo lo hayan criado a uno. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa suma determina cómo vive y cómo muere.

  • El poder personal es un sentimiento. Algo así como tener suerte. O podríamos llamarlo un talante, un ánimo. El poder personal es algo que se adquiere a través de toda una vida de lucha.

  • Un guerrero actúa como si supiera lo que hace, cuando en realidad no sabe nada.

  • Un guerrero no tiene remordimientos por nada de lo que ha hecho, porque aislar los propios actos llamándolos mezquinos, feos o malos es darse a uno mismo una importancia injustificada.

  • La clave está en lo que se enfatiza. O nos hacemos desdichados o nos hacemos fuertes. Cuesta el mismo trabajo lo uno que lo otro.

  • Desde el momento en que nacemos, la gente nos dice que el mundo es esto y aquello, y de tal y cual manera; naturalmente, no tenemos otra opción más que aceptar que el mundo es de la forma en que la gente nos ha estado diciendo que es.

  • El arte del guerrero consiste en equilibrar el terror de ser un hombre con la maravilla de ser un hombre.

  • La confianza del guerrero no es la confianza del hombre corriente. El hombre corriente busca la certeza en los ojos del espectador y llama a eso confianza en si mismo. El guerrero busca la impecabilidad en sus propios ojos y llama a eso humildad. El hombre corriente está enganchado a sus semejantes, mientras que el guerrero sólo está enganchado al infinito.

  • Hay montones de cosas que un guerrero puede hacer en un determinado momento y que no habría podido hacer años antes. Esas cosas no cambiaron; lo que cambió fue su idea de sí mismo.

  • El único camino posible para un guerrero es actuar consistentemente y sin reservas. En un momento dado, sabe lo suficiente del camino del guerrero como para actuar en consecuencia, pero sus viejos hábitos y rutinas pueden interponerse en su camino.

  • Para que un guerrero tenga éxito en cualquier empresa, el éxito debe llegar suavemente; con mucho esfuerzo, pero sin tensión ni obsesiones.

  • Es el diálogo interno lo que ata a la gente al mundo cotidiano. El mundo es de tal y cual manera sólo porque nos decimos nosotros mismos que es de tal y cual manera. El pasaje al mundo de los shamanes se abre cuando el guerrero ha aprendido a parar su diálogo interno.

  • Cambiar nuestra idea del mundo es la clave del shamanismo. Y parar el diálogo interno es la única forma de lograrlo.

  • Cuando un guerrero aprende a parar su diálogo interno todo es posible; hasta los proyectos más descabellados se vuelven factibles.

  • Un guerrero acepta su suerte, sea cual sea, y la acepta con total humildad. Se acepta a sí mismo con humildad, tal como es; no como base para lamentarse, sino como un desafío vital.

  • La humildad del guerrero no es la humildad del mendigo. El guerrero no humilla la cabeza ante nadie y, al mismo tiempo, tampoco permite que nadie humille la cabeza ante él. El mendigo, en cambio, enseguida se arrodilla y se arrastra por los suelos ante cualquiera que considere más encumbrado, pero también exige que alguien aún más inferior haga lo mismo con él.

  • Descanso, refugio, miedo: todo ello no son más que palabras creadoras de estados de ánimo que hemos aprendido a aceptar sin tan siquiera cuestionarnos su valor.

  • Nuestros semejantes son magos negros. Y quienquiera que esté con ellos es también un mago negro sin más. Piensa un momento. ¿Puedes desviarte de la senda que tus semejantes han traza-do para ti? Mientras permaneces con ellos, tus acciones y pensamientos están fijados para siem-pre en sus términos. Eso es esclavitud. El guerrero, en cambio, está libre de todo eso. La libertad es cara, pero el precio no es imposible de pagar. Así que teme a tus captores, a tus amos. No desperdicies tu tiempo y tu poder en temer a la libertad.

  • Lo malo de las palabras es que nos hacen sentirnos iluminados; pero cuando nos damos la vuelta para enfrentarnos al mundo, siempre nos fallan y terminamos enfrentándonos al mundo como siempre: sin iluminación. Por esta razón, un guerrero busca actuar en vez de hablar, y para ello obtiene una nueva descripción del mundo, una descripción en la que hablar no es tan importante y en la que los actos nuevos conllevan reflexiones nuevas.

  • Un guerrero ya se considera muerto, así que no tiene nada que perder. Lo peor ya le ha pasado; por tanto, se siente tranquilo y sus pensamientos son claros. Nadie que lo juzgase por sus actos o por sus palabras podría jamás sospechar que lo ha presenciado todo.

  • El conocimiento es un asunto de lo más peculiar, especialmente para un guerrero. El conocimiento, para un guerrero, es algo que, súbitamente, llega, lo envuelve y luego sigue de largo.

  • El conocimiento llega a un guerrero flotando como motas de polvo de oro, el mismo polvo que cubre las alas de las polillas. Así pues, para un guerrero, el conocimiento es como darse una ducha o recibir una lluvia de motas de polvo de oro oscuro.

  • Siempre que el diálogo interno cesa, el mundo se desploma y afloran extraordinarias facetas nuestras, como si hubieran estado celosamente guardadas por nuestras palabras.

  • El mundo es insondable. Y también lo somos nosotros, así como todos los seres que existen en este mundo.

  • Los guerreros no ganan victorias golpeándose la cabeza contra los muros, sino rebasando los muros. Los guerreros saltan sobre los muros, no los derriban.

  • Un guerrero debe cultivar el sentimiento de que tiene cuanto necesita para ese viaje extrava-gante que es su vida. Lo que cuenta para un guerrero es estar vivo. La vida es suficiente y completa en sí misma, y por sí misma se explica.

  • Por eso puede uno decir, sin presunción, que la experiencia de las experiencias es estar vivo.

  • El hombre corriente piensa que entregarse a las dudas y a las tribulaciones es señal de sensibilidad, de espiritualidad. Lo cierto es que el hombre corriente no puede hallarse más lejos de ser sensible. Su diminuta razón se convierte, deliberadamente, en el monstruo o en el santo
    que imagina ser, aunque en realidad es demasiado minúscula para un molde de monstruo o de santo de ese tamaño.

  • Ser un guerrero no es sólo cuestión de desearlo. Es más bien una lucha interminable que seguirá hasta el último instante de nuestras vidas. Nadie nace guerrero, como nadie nace hombre corriente. Somos nosotros quienes nos hacemos lo uno o lo otro.

  • Un guerrero muere difícilmente. Su muerte debe luchar para llevárselo. Un guerrero no se entrega a la muerte tan fácilmente.

  • Los seres humanos no son objetos; no tienen solidez. Son seres redondos, luminosos; no tienen límites. El mundo de los objetos y de la solidez no es más que una descripción que fue creada para ayudarlos, para facilitar su paso por la Tierra.

  • Su razón hace que los seres humanos olviden que la descripción del mundo es tan sólo una descripción, y antes de que se den cuenta, han atrapado la totalidad de sí mismos en un círculo vicioso del cual raramente escapan durante su vida.

  • Los seres humanos son perceptores, pero el mundo que perciben es una ilusión: una ilusión creada por la descripción que les contaron desde el momento mismo en que nacieron.

  • Así pues, el mundo que su razón quiere sostener es, en esencia, un mundo creado por una descripción que tiene reglas dogmáticas e inviolables, reglas que su razón aprende a aceptar y a defender.

  • La ventaja oculta de los seres luminosos es que tienen algo que nunca se utiliza: el intento. La maniobra de los shamanes es la misma que la del hombre corriente. Ambos tienen una descripción del mundo. El hombre corriente la sostiene con su razón; el chamán, con su intento. Ambas descripciones tienen sus reglas; pero la ventaja del chamán es que el intento abarca más que la razón.

  • Sólo como guerrero se puede soportar el camino del conocimiento. Un guerrero no puede que-jarse ni lamentar nada. Su vida es un desafío interminable, y no hay modo de que los desafíos puedan ser buenos o malos. Los desafíos son simplemente desafíos.

  • La diferencia básica entre un hombre corriente y un guerrero es que para un guerrero todo es como un desafío, mientras que para un hombre corriente todo es como una bendición o una maldición.

  • La carta ganadora del guerrero es que cree sin creer. Pero, obviamente, un guerrero no puede decir simplemente que cree y dejar las cosas ahí. Eso resultaría demasiado fácil. Sólo creer, sin más, le libraría de examinar su situación. Siempre que un guerrero se implica con alguna creencia, lo hace porque ésa es su elección. Un guerrero no cree; un guerrero tiene que creer.

  • La muerte es el ingrediente indispensable del tener que creer. Sin la conciencia de la muerte, todo es ordinario, trivial. Sólo porque la muerte lo acecha es por lo que un guerrero tiene que creer que el mundo es un misterio insondable. Tener que creer de este modo es la expresión de la más íntima predilección del guerrero.

  • El poder pone siempre al alcance del guerrero un centímetro cúbico de suerte. El arte del guerrero consiste en ser permanentemente fluido para poderlo atrapar.

  • El hombre corriente es consciente de todo sólo cuando piensa que debería serlo; la condición de un guerrero, en cambio, es ser consciente de todo en todo momento.

  • La totalidad de nosotros mismos es algo muy misterioso. Necesitamos solamente una porción muy pequeña de esa totalidad para llevar a cabo las tareas más complejas de la vida. Pero, al morir, morimos con la totalidad de nosotros mismos.

  • Una regla básica para el guerrero es que toma sus decisiones con tanto cuidado que nada de lo que pueda ocurrir como resultado es capaz de sorprenderlo; mucho menos, de menguar su poder.

  • Cuando un guerrero toma la decisión de pasar a la acción, debería estar dispuesto a morir. Si está dispuesto a morir, no habrá tropiezos, ni sorpresas desagradables, ni actos innecesarios. Todo encajará suavemente en su sitio porque no espera nada.

  • Un guerrero, como maestro, debe enseñar ante todo la posibilidad de actuar sin creer y sin esperar recompensa; de actuar porque sí. Su éxito como maestro depende de lo bien y lo armoniosamente que guíe a sus pupilos en este aspecto específico.

  • El guerrero, como maestro, enseña tres técnicas a su pupilo para ayudarle a borrar su historia personal: perder la propia importancia personal, asumir la responsabilidad de los propios actos y utilizar a la muerte como consejera. Sin el efecto benéfico de estas tres técnicas, el borrar la historia personal le hace a uno furtivo, evasivo e innecesariamente dudoso de sí mismo y de sus acciones.

  • No hay manera de librarse de la autocompasión de una vez por todas. Tiene un papel y un lugar definidos en nuestras vidas, una fachada definida y reconocible. Así, cada vez que se pre-senta la ocasión, la fachada de la autocompasión se activa. Tiene una historia. Pero si uno cambia la fachada, cambia su lugar de prominencia.

  • Las fachadas se cambian modificando los elementos que las componen. La autocompasión resulta útil a quien se siente importante y merecedor de mejores condiciones y de mejor trato, o bien a quien no quiere hacerse responsable de los actos que lo condujeron al estado que suscitó su autocompasión.

  • Cambiar la fachada de la autocompasión significa sólo que uno ha asignado un lugar secundario a un elemento que antes era importante. La autocompasión continúa siendo un rasgo prominente, pero ahora ha pasado a un segundo plano; al igual que la idea de la propia muerte inminente, la idea de la humildad del guerrero o la idea de la responsabilidad por los propios actos estuvieron durante una época en un segundo plano para un guerrero, sin ser nunca utilizadas hasta el momento en que se convirtió en guerrero.

  • Un guerrero reconoce su dolor pero no se entrega a él. El guerrero que se adentra en lo desconocido no tiene el ánimo triste; por el contrario, está alegre porque se siente humilde ante su gran fortuna, porque confía en su espíritu impecable y, sobre todo, porque es plenamente consciente de su eficacia. La alegría de un guerrero le viene de haber aceptado su destino y de haber evaluado en verdad lo que tiene delante.

  • Cuando uno no tiene nada que perder, se vuelve valiente. Sólo somos tímidos mientras nos queda algo a lo que aferrarnos.

  • Un guerrero no deja nada al azar. De hecho, influye en el resultado de los acontecimientos me-diante la fuerza de su conciencia y de su intento inflexible.

  • Si un guerrero quiere devolver el pago por todos los favores que ha recibido pero no tiene a nadie en particular a quien abonar su deuda, puede dirigir su pago al espíritu del hombre.

  • Esa cuenta es siempre muy pequeña, y cualquier importe que se ingrese en ella es más que sufi-ciente.

  • Tras haber arreglado el mundo del modo más bello e iluminado, el académico regresa a casa, a las cinco en punto de la tarde, y olvida su bello arreglo.

  • La forma humana es un conglomerado de campos de energía que existe en el universo y que está exclusivamente relacionado con los seres humanos. Los shamanes lo llaman forma humana porque esos campos de energía han sido retorcidos y deformados por toda una vida de hábitos y maltratos.

  • Un guerrero sabe que no puede cambiar y, sin embargo, se dedica a intentar cambiar, pese a todo. El guerrero jamás se decepciona cuando fracasa en cambiar. Ésa es la única ventaja que tiene un guerrero sobre el hombre corriente.

  • Los guerreros deben ser impecables en su esfuerzo por cambiar, con el fin de asustar a la forma humana y deshacerse de ella. Al cabo de años de impecabilidad, llegará un momento en que la forma humana no soportará más y se irá. Es decir, llegará un momento en que los campos de energía, retorcidos por toda una vida de hábitos, se enderezarán. Este enderezamiento de los campos de energía afecta profundamente al guerrero, que puede incluso morir; pero un guerrero impecable siempre sobrevive.

  • La única libertad que tienen los guerreros es la de comportarse impecablemente. Pero la impecabilidad no es sólo su única libertad, sino la única manera d
    e enderezar la forma humana.

  • Todo hábito requiere de todas sus partes para funcionar. Si alguna de esas partes desaparece, el hábito se desarma.

  • La lucha está justo aquí, en esta Tierra. Somos criaturas humanas. ¿Quién sabe lo que nos aguarda o la clase de poder que podemos llegar a tener?

  • El mundo de la gente tiene subidas y bajadas, y la gente sube y baja con su mundo; los guerreros no tienen por qué seguir las subidas y bajadas de sus semejantes.

  • El núcleo de nuestro ser es el acto de percibir, y la magia de nuestro ser es el acto de ser conscientes. La percepción y la conciencia constituyen una misma e inseparable unidad funcional.

  • Se escoge sólo una vez. Elegimos ser guerreros o ser hombres corrientes. No existe una segunda oportunidad. No sobre esta Tierra.

  • El camino del guerrero ofrece al hombre una vida nueva, y esa vida tiene que ser completamente nueva. No puede uno llevar a esa nueva vida sus viejas y malas costumbres.

  • Los guerreros siempre toman el primer suceso de una serie como el bosquejo o el mapa de lo que a continuación va a desplegarse ante ellos.

  • A los seres humanos les encanta que les digan lo que deben hacer, pero aún les gusta más luchar y resistirse a hacer lo que se les dice; y de este modo se enredan en aborrecer a quien los ha aconsejado.

  • Todo el mundo dispone de suficiente poder personal para lograr algo. El truco del guerrero consiste en desviar su poder personal de su debilidad para emplearlo en su propósito de guerrero.

  • Todos podemos ver y, sin embargo, elegimos no recordar lo que vemos.

  • El arte de ensoñar es la capacidad de utilizar los sueños ordinarios y transformarlos en conciencia controlada, en virtud de una forma especializada de atención denominada la atención de ensueño.

  • El arte de acechar es un conjunto de procedimientos y actitudes que permiten a un guerrero extraer lo mejor de cualquier situación concebible.

  • Lo recomendable para los guerreros es no tener cosas materiales en las que enfocar su poder, sino enfocarlo en el espíritu, en el verdadero vuelo a lo desconocido y no en trivialidades.

  • Todo el que quiera seguir el camino del guerrero ha de librarse de la compulsión de poseer cosas y de aferrarse a ellas.

  • Ver es un conocimiento corporal. La preponderancia del sentido visual en nosotros influye en este conocimiento corporal y hace que parezca estar relacionado con los ojos.

  • La pérdida de la forma humana es como una espiral. Le da a un guerrero la libertad de recor-darse a sí mismo como un conglomerado de campos de energía enderezados, lo que a su vez le hace aún más libre.

  • Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera, deleita sus ojos en la contemplación del mundo. El logro definitivo de un guerrero es disfrutar con la alegría del infinito.

  • El destino de un guerrero sigue un curso inalterable. El desafío consiste en cuán lejos puede llegar y cuán impecable puede ser dentro de esos rígidos confines.

  • Cuando un guerrero deja de tener cualquier clase de expectativas, las acciones de la gente ya no le afectan. Una extraña paz se convierte en la fuerza que rige su vida. Ha adoptado uno de los conceptos de la vida del guerrero: el desapego.

  • El desapego no aporta automáticamente sabiduría; pero no obstante, supone una ventaja, pues permite al guerrero detenerse momentáneamente para reconsiderar las situaciones y volver a revisar las posibilidades. Para usar de manera consistente y correcta ese momento extra, un guerrero tiene, sin embargo, que luchar incansablemente durante toda su vida.

  • Ya me di al poder que a mi destino rige.
    Y no me aferro ya a nada, para así no tener nada que defender.
    No tengo pensamientos, para así poder ver.
    No temo ya a nada, para así poder acordarme de mí.
    Desapegado y sereno, me lanzaré
    más allá del Águila para ser libre.


  • A los guerreros les resulta mucho más fácil salir adelante en condiciones de máxima tensión que ser impecables en circunstancias normales.

  • Los seres humanos tienen dos lados. El lado derecho abarca todo lo que el intelecto es capaz de concebir. El lado izquierdo es un ámbito de características indescriptibles, un ámbito para el que no caben palabras. El lado izquierdo es comprendido -si es comprensión lo que tiene lugar- con la totalidad del cuerpo. De ahí que se resista a la conceptualización.

  • Todas las facultades, posibilidades y logros del shamanismo, desde los más simples hasta los más asombrosos, se encuentran en el propio cuerpo humano.

  • Al poder que gobierna el destino de todos los seres vivientes se le llama el Águila, no porque sea un águila ni porque tenga nada que ver con las águilas, sino porque aparece ante los ojos del vidente como un águila inconmensurable, negra como el azabache, erguida como se yerguen las águilas, cuya envergadura alcanza el infinito.

  • El Águila devora la conciencia de todas las criaturas que, vivas en la Tierra un momento antes, y ahora ya muertas, van flotando como un incesante enjambre de luciérnagas hacia el pico del Águila, al encuentro de su dueño, de la razón de haber tenido vida. El Águila desenreda esas minúsculas llamas, las tiende como un curtidor extiende una piel y después las consume, pues la conciencia es el sustento del Águila.

  • El Águila, ese poder que gobierna los destinos de toda cosa viviente, refleja igualmente y a la vez todas esas cosas vivas. No hay lugar, por tanto, a que el hombre rece al Águila, le pida favores o espere misericordia. La parte humana del Águila es demasiado insignificante como para conmover a la totalidad.

  • A toda cosa viviente se le ha otorgado el poder, si así lo desea, de buscar una apertura hacia la libertad y de pasar por ella. Es obvio para el vidente que ve esa apertura, y para las criaturas que pasan por ella, que el Águila ha otorgado ese don a fin de perpetuar la conciencia.

  • Cruzar hacia la libertad no significa alcanzar la vida eterna en el sentido usual de eternidad; esto es, vivir por siempre. Ocurre, más bien, que los guerreros pueden conservar su conciencia, que normalmente se abandona al momento de morir. En el momento de cruzar, el cuerpo en su totalidad se inflama de conocimiento. Al instante, cada célula se torna consciente de sí misma y, además, consciente de la totalidad del cuerpo.

  • El don de libertad que ofrece el Águila no es una dádiva, sino la oportunidad de tener una oportunidad.

  • Un guerrero no está nunca sitiado. Estar sitiado implica que uno tiene posesiones personales que defender. Un guerrero no tiene nada en el mundo salvo su impecabilidad, y la impecabilidad no puede ser amenazada.

  • El primer principio del arte de acechar es que los guerreros eligen su campo de batalla. Un guerrero jamás entra en batalla sin conocer antes el entorno.
       Eliminar todo lo innecesario es el segundo principio del arte de acechar. Un guerrero no complica las cosas. Busca la sencillez.    Aplica toda su concentración para decidir si entra o no en batalla, porque en cada batalla se juega la vida. Éste es el tercer principio del arte de acechar. Un guerrero debe estar dispuesto y preparado para realizar su última parada aquí y ahora. Pero no sin orden ni concierto.
       Un guerrero se relaja y se suelta; no teme a nada. Sólo entonces los poderes que guían a los seres humanos abren el camino al guerrero y le auxilian. Sólo entonces. Éste es el cuarto principio del arte de acechar.
       Cuando se enfrentan a una fuerza superior con la que no pueden lidiar, los guerreros se retiran por un momento. Dejan que sus pensamientos corran libremente. Se ocupan de otras cosas. Cualquier cosa puede servir. Éste es el quinto principio del arte de acechar.
       Los guerreros comprimen el tiempo; éste es el sexto principio del arte de acechar. Hasta un solo instante cuenta. En una batalla por tu vida, un segundo es una eternidad, una eternidad que puede decidir la victoria. Los guerreros persiguen el éxito; por tanto, comprimen el tiempo. Los guerreros no desperdician ni un instante.
       Para aplicar el séptimo principio del arte de acechar uno tiene que aplicar los otros seis: un acechador no se coloca nunca al frente. Está siempre observando desde detrás de la escena.

       Aplicar estos principios produce tres resultados. El primero es que los acechadores aprenden a no tomarse nunca en serio: aprenden a reírse de si mismos. Si no tienen miedo de hacer el ridículo, pueden ridiculizar a cualquiera. El segundo es que los acechadores aprenden a tener una paciencia inagotable. Los acechadores nunca tienen prisa, nunca se inquietan. Y el tercero es que los acechadores aprenden a tener una inagotable capacidad de improvisación.

  • Los guerreros encaran el tiempo que llega. Normalmente encaramos el tiempo que se aleja de nosotros; sólo los guerreros pueden cambiar esta situación y encarar el tiempo a medida que avanza hacia ellos.

  • Los guerreros tienen una sola cosa en mente: su libertad. Morir y ser devorado por el Águila no representa ningún desafío. En cambio, escabullirse del Águila y ser libres es la mayor de las audacias.

  • Cuando los guerreros hablan de tiempo no se refieren a algo que se mide por los movimientos del reloj. El tiempo es la esencia de la atención; las emanaciones del Águila están compuestas de tiempo, y, propiamente hablando, cuando un guerrero entra en otros aspectos del ser, se está familiarizando con el tiempo.

  • Un guerrero ya no puede llorar, y su única expresión de angustia es un estremecimiento que le viene desde las profundidades mismas del universo. Es como si una de las emanaciones del Águila estuviera hecha de pura angustia, y cuando golpea al guerrero, su estremecimiento es infinito.

  • Uno no está completo sin tristeza ni añoranza, pues sin ellas no hay sobriedad, no hay gentileza. La sabiduría sin gentileza y el conocimiento sin sobriedad son inútiles.

  • El mayor enemigo del hombre es la importancia personal. Lo que lo debilita es sentirse ofendido por lo que hacen o dejan de hacer sus semejantes. La importancia personal requiere que uno pase la mayor parte de su vida ofendido por algo o alguien.

  • Para seguir el camino del conocimiento, uno tiene que ser muy imaginativo. En el camino del conocimiento nada es tan claro como nos gustaría que fuera.

  • Si los videntes son capaces de mantenerse firmes al enfrentarse con los pinches tiranos, pueden ciertamente encarar lo desconocido impunemente, y entonces incluso pueden soportar la presencia de lo que no se puede conocer.

  • Es natural pensar que un guerrero capaz de mantenerse firme ante el rostro de lo desconocido podrá, ciertamente, encarar impunemente a los pinches tiranos. Pero eso no es necesariamente así. Lo que destruyó a los magníficos guerreros de la antigüedad fue confiar en esa suposición. Nada puede templar mejor el espíritu de un guerrero que el desafío de tratar con personas imposibles que ocupan puestos de poder. Sólo en tales circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para soportar la presión de lo que no se puede conocer.

  • Lo desconocido es algo que está velado para el hombre, amparado quizá en un contexto aterrador; pero aun así está al alcance del hombre. En cierto momento, lo desconocido se convierte en conocido. Lo que no se puede conocer, en cambio, es lo indescriptible, lo impensable, lo inconcebible. Es algo que jamás conoceremos y que sin embargo está ahí, deslumbrante y a la vez horroroso en su vastedad.

  • Percibimos. Éste es un hecho firme. Pero no es un hecho de la misma clase que lo que percibimos, porque aprendemos qué percibir.

  • Los guerreros afirman que el hecho de creer que hay un mundo de objetos ahí fuera se debe únicamente a nuestra conciencia. Pero lo que hay realmente ahí fuera son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento y, sin embargo, inmutables, eternas.

  • La falla más profunda de los guerreros inmaduros es que tienden a olvidar la maravilla de lo que ven. Les abruma el hecho de ver y creen que lo que cuenta es su talento. Un guerrero maduro debe ser un dechado de disciplina con el fin de superar la casi invencible laxitud de nuestra condición humana. Más importante aún que ver es lo que los guerreros hacen con lo que ven.

  • Una de las mayores fuerzas en las vidas de los guerreros es el miedo, porque los incita a aprender.

  • Lo cierto, para un vidente, es que todos los seres vivos luchan por morir. Lo que detiene a la muerte es la conciencia.

  • Lo desconocido está siempre presente, pero queda fuera de las posibilidades de nuestra con-ciencia ordinaria. Lo desconocido es la parte sobrante del hombre corriente. Y es sobrante por-que el hombre corriente no dispone de suficiente energía libre para asirla.

  • La mayor falla de los seres humanos es mantenerse adheridos al inventario de la razón. La razón no trata al hombre como energía. La razón trata con instrumentos que crean energía, pero jamás se le ha ocurrido seriamente a la razón que somos mejores aún que los instrumentos: somos organismos que crean energía. Somos burbujas de energía.

  • Los guerreros que alcanzan deliberadamente la conciencia total son algo digno de contemplar. Ése es el momento en que arden desde adentro. El fuego interno los consume. Y en plena conciencia, se funden con el conjunto de las emanaciones del Águila y se deslizan a la eternidad.

  • Una vez que se logra el silencio interno, todo es posible. El modo de terminar con nuestro diálogo interno es utilizar exactamente el mismo método mediante el cual nos enseñaron a hablar con nosotros mismos: fuimos enseñados compulsiva y sostenidamente, y así es como debemos detenerlo: compulsiva y sostenidamente.

  • La impecabilidad comienza con un solo acto, que tiene que ser premeditado, preciso y sosteni-do. Si este acto se repite durante el tiempo suficiente, uno adquiere un sentido de intento inflexi-ble que puede aplicarse a cualquier cosa. Si esto se logra, el camino queda despejado. Así, una cosa lleva a la otra hasta que al fin el guerrero desarrolla todo su potencial.

  • El misterio de la conciencia es la oscuridad. Los seres humanos están inundados de ese miste-rio, de cosas que son inexplicables. Considerarnos a nosotros mismos en cualesquiera otros términos es una locura. Así que un guerrero no degrada el misterio del hombre tratando de racionalizarlo.

  • Las comprensiones son de dos tipos. Unas no son más que arengas para darse ánimos; son grandes arranques de emoción y nada más. Las otras son producto de un movimiento del punto de encaje; no van unidas a arranques emocionales sino a la acción. Las comprensiones emocionales llegan años después, cuando los guerreros, con el uso, han consolidado la nueva posición de sus puntos de encaje.

  • Lo peor que podría ocurrirnos es tener que morir, y puesto que ése es ya nuestro destino inalterable, somos libres; quienes lo han perdido todo no tienen ya nada que temer.

  • No es por codicia que los guerreros se aventuran en lo desconocido. La codicia sólo es eficaz en el mundo de los asuntos cotidianos. Para aventurarse en esa aterradora soledad de lo desconocido se necesita mucho más que codicia: se necesita amor. Hay que tener amor a la vida, a la intriga, al misterio. Hay que tener una curiosidad insaciable y una montaña de agallas.

  • Un guerrero sólo piensa en los misterios de la conciencia; el misterio es lo único que importa. Somos seres vivos; tenemos que morir y abandonar nuestra conciencia. Pero si podemos cambiar tan siquiera un solo matiz de eso, ¿qué misterios nos estarán aguardando? ¡Qué misterios!

  • No es que un guerrero aprenda shamanismo con el paso del tiempo; lo que aprende con el paso del tiempo es, más bien, a ahorrar energía. Esa energía le permitirá manejar algunos de los campos de energía que normalmente le son inaccesibles. El shamanismo es un estado de conciencia, es la facultad de utilizar campos de energía que no se emplean al percibir el mundo cotidiano que conocemos.

  • Hay en el universo una fuerza inconmensurable e indescriptible que los shamanes llaman intento, y absolutamente todo cuanto existe en la totalidad del cosmos está ligado al intento por un vínculo de conexión. Los guerreros se dedican a estudiar, a entender y a emplear ese vínculo. Les interesa especialmente limpiarlo del aturdimiento y del entumecimiento provocados por los intereses ordinarios de la vida cotidiana. A este nivel, el shamanismo puede definirse como el proceso de limpiar nuestro vínculo de conexión con el intento.

  • A los shamanes les interesa su pasado, pero ese pasado no es su pasado personal. Para los shamanes, su pasado son los logros conseguidos por los shamanes de otras épocas.

  • Consultan su pasado con el fin de obtener un punto de referencia. Los shamanes son los únicos que buscan genuinamente un punto de referencia en su pasado. Establecer un punto de referencia significa, para ellos, tener una oportunidad de examinar el intento.

  • También el hombre corriente examina el pasado. Pero lo que examina es su pasado personal y por razones personales. Se mide a sí mismo en relación con el pasado, tanto su pasado personal como lo que se conoce del pasado de su época, con el fin de encontrar justificaciones a su comportamiento presente o futuro, o para establecer un modelo para sí mismo.

  • El espíritu se le manifiesta al guerrero a cada paso. Pero ésta no es toda la verdad. La verdad completa es que el espíritu se revela a todo el mundo con la misma intensidad y consistencia, aunque sólo los guerreros sintonizan consistentemente con dichas revelaciones.

  • Los guerreros hablan del shamanismo como si fuera un ave mágica, misteriosa, que detiene su vuelo un instante para dar al hombre esperanza y propósito; los guerreros viven bajo el ala de esa ave, a la que llaman el pájaro de la sabiduría, el pájaro de la libertad.

  • Para un guerrero, el espíritu es abstracto sólo en el sentido de que lo conoce sin palabras, incluso sin pensamientos. Es abstracto porque no puede concebir qué es el espíritu. Y aun así, sin tener la menor oportunidad o deseo de comprenderlo, un guerrero maneja el espíritu. Lo reconoce, lo llama, lo incita, se familiariza con él y lo expresa con sus actos.

  • El vínculo que conecta al hombre corriente con el intento está prácticamente muerto; así que los guerreros parten de un vínculo que es inútil, puesto que no responde voluntariamente. A fin de revivir ese vínculo, los guerreros necesitan un propósito riguroso y fiero, un estado especial de la mente llamado intento inflexible.

  • El poder del hombre es incalculable; la muerte existe sólo porque la hemos intentado desde el momento en que nacemos. El intento de la muerte puede suspenderse haciendo que el punto de encaje cambie de posiciones.

  • El arte del acecho consiste en aprender todas las peculiaridades de tu disfraz, y aprenderlas tan bien que nadie sepa que estás disfrazado. Para conseguirlo, necesitas ser despiadado, astuto, paciente y dulce.

  • Ser despiadado no significa aspereza, astucia no significa crueldad, ser paciente no significa negligencia y ser dulce no significa estupidez.

  • Los guerreros actúan con un propósito ulterior que no tiene nada que ver con el provecho personal. El hombre corriente sólo actúa si hay posibilidad de ganancia. Los guerreros no actúan por ganancia, sino por el espíritu.

  • Los shamanes videntes de la antigüedad advirtieron, gracias a su capacidad de ver, que cualquier comportamiento inusual producía un temblor en el punto de encaje. Enseguida descubrieron que si el comportamiento inusual se practica sistemáticamente y se dirige con sabiduría, acaba forzando al punto de encaje a moverse.

  • El conocimiento silencioso no es sino el contacto directo con el intento.

  • El shamanismo es un viaje de regreso. Un guerrero regresa victorioso al espíritu tras haber descendido al infierno. Y del infierno regresa con trofeos. La comprensión es uno de sus trofeos.

  • Los guerreros, debido a que son acechadores, comprenden el comportamiento humano a la perfección. Comprenden, por ejemplo, que los seres humanos son criaturas de inventario. Conocer los pormenores de cualquier inventario es lo que convierte a un hombre en un erudito o en un experto en su campo.

  • Los guerreros saben que cuando el inventario de una persona corriente falla, o bien la persona amplía su inventario o bien se derrumba el mundo de la imagen de sí mismo. Las personas corrientes son capaces de incorporar nuevos elementos a su inventario siempre y cuando esos nuevos elementos no contradigan el orden básico de ese inventario. Pero si los elementos contradicen dicho orden, la mente de la persona se derrumba. El inventario es la mente. Los guerreros lo tienen en cuenta cuando intentan romper el espejo de la imagen de sí mismos.

  • Los guerreros jamás pueden tender un puente para reunirse con la gente del mundo. Pero si la gente desea hacerlo, tiene que tender un puente para reunirse con los guerreros.

  • Para poder acceder a los misterios del shamanismo es preciso que el espíritu descienda sobre el interesado. La presencia del espíritu desplaza por sí sola el punto de encaje del hombre hasta una posición determinada. Este punto preciso es conocido por los shamanes como el lugar de la no compasión.

  • No existe, en realidad, ningún procedimiento para hacer que el punto de encaje se desplace al lugar de la no compasión. El espíritu toca a la persona, y su punto de encaje se desplaza. Así de simple.

  • Lo que necesitamos hacer para que la magia pueda apoderarse de nosotros es desvanecer las dudas de nuestras mentes. Una vez desvanecidas las dudas, todo es posible.

  • Las posibilidades del hombre son tan vastas y misteriosas que los guerreros, en vez de pensar en ellas, han optado por explorarlas sin esperanza de comprenderlas jamás.

  • Todo lo que los guerreros hacen es consecuencia del desplazamiento de sus puntos de encaje, y tales desplazamientos están determinados por la cantidad de energía que los guerreros tienen a su disposición.

  • Cualquier movimiento del punto de encaje significa alejarse de la excesiva preocupación por el yo individual. Los shamanes creen que es la posición del punto de encaje lo que hace que el hombre moderno sea un ególatra homicida, un ser totalmente atrapado en la imagen de sí mismo. Habiendo perdido cualquier esperanza de regresar a la fuente de todo, el hombre corriente busca consuelo en su egoísmo.

  • La clave del camino del guerrero es destronar la importancia personal. Todo cuanto hacen los guerreros se dirige a lograr esta meta.

  • Los shamanes han desenmascarado la importancia personal y han descubierto que se trata de autocompasión disfrazada.

  • En el mundo de la vida cotidiana, nuestra palabra o nuestras decisiones se pueden revocar muy fácilmente. Lo único irrevocable en el mundo cotidiano es la muerte. En el mundo de los shamanes, en cambio, la muerte puede recibir una contraorden, pero no la palabra del chamán. En el mundo de los shamanes las decisiones no pueden cambiarse o revisarse. Una vez que han sido tomadas, valen para siempre.

  • Una de las cosas más dramáticas de la condición humana es la macabra conexión que existe entre la estupidez y la imagen de sí. Es la estupidez lo que obliga al hombre corriente a descartar cualquier cosa que no se ajuste a las expectativas de su imagen de sí mismo. El hecho de ser hombres corrientes, por ejemplo, hace que seamos ciegos a una parte del conocimiento accesible al ser humano que es absolutamente crucial: la existencia del punto de encaje y el hecho de que puede desplazarse.

  • El hombre racional, al aferrarse tercamente a la imagen de sí mismo, se garantiza una ignorancia abismal. Ignora el hecho de que el shamanismo no es cuestión de encantamientos y abracadabras, sino que es la libertad de percibir no sólo el mundo que se da por sentado, sino todo lo que es humanamente posible lograr. Tiembla ante la posibilidad de ser libre, y la libertad está al alcance de su mano.

  • El problema del hombre es que intuye sus recursos ocultos pero no se atreve a utilizarlos. Por eso dicen los guerreros que el problema del hombre es el contrapunto que crean su estupidez y su ignorancia. El hombre necesita ahora, más que nunca, que le enseñen nuevas ideas que tengan que ver exclusivamente con su mundo interior; ideas de shamanes, no ideas sociales; ideas relativas al enfrentamiento del hombre con lo desconocido, con su muerte personal. Ahora, más que nunca, necesita que le enseñen los secretos del punto de encaje.

  • El espíritu únicamente escucha a quien le habla con gestos. Y los gestos no son señas o movimientos del cuerpo, sino actos de verdadero abandono, actos de generosidad, de humor. Como gesto al espíritu, los guerreros sacan lo mejor de sí mismos y sigilosamente se lo ofrecen a lo abstracto.

 
                                                                                                                                                                                                            LA RUEDA DEL TIEMPO. Antropólogo y Shamán C. Castaneda 

 

 

 

                 LA OTRA SINTAXIS DEL UNIVERSO                  


   SINTAXIS
Un hombre mirando fijamente sus ecuaciones dijo
que el universo tuvo un comienzo.
Hubo una explosión, dijo.
Un estallido de estallidos, y el universo nació.
Y se expande, dijo.
Había incluso calculado la duración de su vida: diez mil millones de revoluciones de la Tierra alrededor del Sol.
El mundo entero aclamó;
hallaron que sus cálculos eran ciencia.
Ninguno pensó que al proponer que el universo comenzó,
el hombre había meramente reflejado la sintaxis de su lengua madre;
una sintaxis que exige comienzos, como el nacimiento,
y desarrollos, como la maduración,
y finales, como la muerte, en tanto declaraciones de hechos.
El universo comenzó,
y está envejeciendo, el hombre nos aseguró,
y morirá, como mueren todas las cosas,
como él mismo murió luego de confirmar matemáticamente
la sintaxis de su lengua madre.


 



 

   LA OTRA SINTAXIS
¿El universo, realmente comenzó?
¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?
Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo fueran.
¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos y finales en tanto declaraciones de hechos, la única sintaxis que existe?
Ésa es la verdadera pregunta.
Hay otras sintaxis.
Hay una, por ejemplo, que exige que variedades de intensidad sean tomadas como hechos.
En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;
por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido,
sino un tipo específico de intensidad,
y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.
Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones, halla
que ha calculado suficientes variedades de intensidad para decir con autoridad
que el universo nunca comenzó
y nunca terminará,
pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará
infinitas fluctuaciones de intensidad.
Ese hombre bien podría concluir que el universo mismo
es la carroza de la intensidad
y que uno puede abordarla
para viajar a través de cambios sin fin.
Concluirá todo ello y mucho más,
acaso sin nunca darse cuenta
de que está meramente confirmando
la sintaxis de su lengua madre. 

1.
El universo es una infinita aglomeración de campos de energía, semejantes a filamentos de luz que se extienden infinitamente en todas direcciones.
 2. Estos campos de energía, llamados las emanaciones del Aguila, irradian de una fuente de inconcebibles proporciones, metafóricamente llamada el      Aguila.
 3. Los seres humanos están compuestos de esos mismos campos de energía filiforme. A los brujos, los seres humanos se les aparecen como unos      gigantescos huevos luminosos, que son recipientes a través de los cuales pasan esos filamentos luminosos de infinita extensión; bolas de luz del tamaño      del cuerpo de una persona con los brazos extendidos hacia los lados y hacia arriba.
4. Del número total de campos de energía filiformes que pasan a través de esas bolas luminosas, sólo un pequeño grupo, dentro de esa concha de      luminosidad, está encendido por un punto de intensa brillantez localizado en la superficie de la bola.
 5. La percepción ocurre cuando los campos de energía en ese pequeño grupo, encendido por ese punto de brillantez, extienden su luz hasta resplandecer      aún fuera de la bola. Como los únicos campos de energía perceptibles son aquellos iluminados por el punto de brillantez, a este punto se le llama el      "punto donde encaja la percepción" o, simplemente, "punto de encaje".
 6. Es posible lograr que el punto de encaje se desplace de su posición habitual en la superficie de la bola luminosa, ya sea hacia su interior o hacia otra      posición en su superficie o hacia fuera de ella. Dado que la brillantez del punto de encaje es suficiente, en sí misma, para iluminar cualquier campo de      energía con el cual entra en contacto, el punto, al moverse hacia una nueva posición, de inmediato hace resplandecer diferentes campos de energía,      haciéndolos de este modo percibibles. Al acto de percibir de esa manera se le llama ver.
7. La nueva posición del punto de encaje permite la percepción de un mundo completamente diferente al mundo cotidiano; un mundo tan objetivo y real      como el que percibimos normalmente. Los brujos entran a ese otro mundo con el fin de obtener energía, poder, solu-ciones a problemas generales o      particulares, o para enfrentarse con lo inimaginable.
8. El intento es la fuerza omnipresente que nos hace percibir. No nos tornamos conscientes porque percibimos, sino que percibimos como resultado de la      presión y la intromisión del intento.
9. El objetivo final de los brujos es alcanzar un estado de conciencia total y ser capaces de experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a      disposición del hombre. Este estado de conciencia implica asimismo, una forma alternativa de morir.



EL LADO ACTIVO DEL INFINITO. Antropólogo y Shamán C. Castaneda